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Otro patojo que se nos fue

Sin embargo, últimamente cuando veo una llamada suya me da susto contestarle porque casi siempre es para contarme las novedades de amigos mutuos, unos que están enfermos generalmente con covid y otros que infortunadamente han fallecido.

9 de agosto de 2021 Por: Mario Fernando Prado

Mi mejor amiga de Popayán es Nelly Eugenia Vallecilla, amistad que lleva más de medio siglo. No hay viaje que haga a la ciudad blanca sin pasar por su oficina para enterarme de todo cuánto sucede en la tierra de mi progenitora, porque además me unen a Popayork coincidencias de pensamiento, palabra, obra y hasta omisión.

En los últimos casi dos años nos ha tocado comunicarnos vía celular y demás derivaciones, lo cual no ha impedido mantenerme enterado de lo que pasa en la capital del Valle de Pubenza. Nenena, como le decimos, es una biblia del patojismo, pues conoce la historia y milagros con pelos y señales de todo ese devenir fantástico que transcurre entre los muros de la ciudad blanca y que a veces pareciera irreal.

Sin embargo, últimamente cuando veo una llamada suya me da susto contestarle porque casi siempre es para contarme las novedades de amigos mutuos, unos que están enfermos generalmente con covid y otros que infortunadamente han fallecido.

Por ella me enteré paso a paso de lo que fueron los últimos días de Guillermo Alberto González Mosquera, que murió la pasada semana y que representó esa caucanidad que se ha ido perdiendo en manos de extraños, pícaros y vividores que hoy se creen los dueños de la ciudad y de la verdad revelada.

Y es que González fue, como el también fallecido semanas antes Juan José Chaux, un servidor de su terruño, desprendido, ajeno a lo ajeno y lo que se puede llamar un buen ciudadano, o mejor, un ciudadano de los de antes, quien no contento con haber sido concejal, alcalde, parlamentario, gobernador, rector de la centenarísima Universidad del Cauca, dos veces ministro de Estado y tres embajador, director de El Liberal, autor de no sé cuántos libros y un referente político de todas las horas, se le ocurrió además algo que solo pudo caber en su cabeza -bastante grande por cierto-.

La historia es como sigue: tras una llamada en la que me invitó a almorzar en Yambitará, su preciosa casa ubicada en Cauca, acudí encantado a una de esas citas gastronómicas que le valieron el remoquete de ‘Guillermo Almuerzo’. Luego de los saludos de rigor y de los “cómo estás, cómo te ha ido, cuándo llegaste y cuándo te vas”, me soltó la siguiente locura: “Quiero convertir a Popayán en un referente gastronómico de Colombia y del exterior, porque esta ciudad no puede seguir teniendo la Semana Santa como único evento para atraer visitantes y mover la economía”.

¿Referente gastronómico?, le pregunté y el hombre se regó a hablarme de las cocinas ancestrales del Cauca y de las tradiciones de los fogones populares, de los que hasta ese momento no tenía la menor idea que existieran.

Qué más podía decirle a ese exquisito anfitrión sino que le jalara y que contara con mi modesta colaboración y fue así como nació el Congreso Gastronómico de Popayán, que ya se acerca a las dos décadas, que ha sido un éxito total y con el que han colaborado cientos de personas que le ‘comieron cuento’ y que es un evento que ya figura en la reseña internacional como un certamen del más alto turmequé.

Guillermo Alberto se fue dejándole al Cauca todo ese legado y estoy seguro que si hubiera vivido unos mesecitos, se le habría ocurrido otra de sus geniales ideas que debe estar puliendo posado en alguna nube en ese cielo infinito de Puracé que tanto amó.

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