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Nos llegó la competencia

Para empezar y evitar que interpreten mal esta columna reitero: uno, mi profundo respeto por las mujeres y dos, por las gentes de Venezuela que desesperadas, están huyendo a nuestro país.

2 de mayo de 2017 Por: Mario Fernando Prado

Para empezar y evitar que interpreten mal esta columna reitero: uno, mi profundo respeto por las mujeres y dos, por las gentes de Venezuela que desesperadas, están huyendo a nuestro país.

Pues sucede y acontece que recibí una llamada de un grupo de muchachas que se autodenominan 'damas de compañía', quienes me invitaron a una reunión en un conocido hotel de la ciudad a la que acudí por cuanto me anticiparon que se trataba de algo grave que deseaban compartirme.

A la cita llegaron dos jóvenes que dijeron ser estudiantes universitarias, dos cuarentonas que manifestaron ser comerciantes -con marido una y tres hijos la otra- y una veterana que presumo, está más arriba del quinto piso.

Expresaron pertenecer a una organización que presta los servicios de acompañamiento para turistas y que tienen una red de intercomunicación que les permite saber que eventos se van a realizar, quiénes son los contactos y supongo que y para no pisarse las mangueras, tienen establecidas unas tarifas que les permite evitar el regateo, sobretodo cuando la clientela es lo que ellas denominan 'de alto turmequé'.

Creo que los lectores ya van entendiendo de que se trata, así que prosigo con mi relato. Según me manifestaron, tienen una especie de 'código de honor' para que se les respete su actividad y se les justiprecie su remuneración de acuerdo el alcance de sus servicios, el pago anticipado, la duración, etcétera, etcétera.

El problema que tienen y que fue el motivo de la reunión, es que han sabido de la llegada de una avanzada de muchachas venezolanas que andan por Cali estudiando la plaza para, si les es conveniente, traer inicialmente dos docenadas de “venecas” (así les llaman despectivamente), las cuales representarían una seria amenaza para su actividad laboral.

Una de ellas comentó que las observadoras que han venido son unos "mujeronones espectaculares de mucho caché y mucha cancha" y que temen que acaparen el mercado, habida cuenta además de "su destacado porte y finos modales que se convertirán en las delicias de la clientela" y que lo peor, según exclamó la más veterana, "cobraran la tercera parte por los tres golpes", expresión que sigo sin entender.

Aseguran que ya contrataron un webmaster que las va a poner en todas las redes sociales y que contarán con un comunity manager encargado de alimentar permanentemente sus páginas promocionales a través de unos catálogos virtuales que dejarán boquiabierto al más zanahorio de los mortales.

¿Y qué quieren ustedes? Osé preguntarles, atreviéndome a decirles que esta actividad como tantas otras se rige por la ley de la oferta y la demanda, y una de ellas, estudiante de negocios internacionales respondió "pues que se trata de una competencia desleal que atenta contra nuestro trabajo y no vamos a permitir que unas recién llegadas se nos apoderen del mercado".Y les riposté "¿ Y cómo lo van a impedir?". "Pues bloqueándolas como sea, por las buenas o por las malas" contestaron de manera contundente y amenazante.

Vine a saber después que evidentemente, un proxeneta del país vecino que llegó a nuestra ciudad, está haciendo un muestreo y ha realizado sendas reuniones con los mayoristas del servicio, quienes han quedado gratamente impresionados con "el material que les han ofrecido" -al decir de uno de ellos- que opina además, que las tarifas que rigen actualmente las han ido aumentando demasiado y que como tienen una especie de sindicato, no quiebran los precios que arrancan en 300 mil pesos y de ahí para arriba, dependiendo de unas variables que no es del caso comentar.

La despedida con estas auto llamadas también "relacionistas públicas" fue por demás cordial y amistosa y me dejó pensando en el subfondo de la sociedad en que vivimos.

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