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Los maltrajeados

Lo cierto es que Cali cambió y perdió ese ya remoto encanto de sus mujeres bellísimas, de esas que paraban el tráfico y que cuando caminaban por la Plaza de Cayzedo el taconeo se escuchaba en San Nicolás...

2 de enero de 2023 Por: Mario Fernando Prado

¿Qué les pasó a los caleños y a las caleñas que se mamarracharon? ¿Por qué de unos años para acá se acabó el buen vestir y la elegancia y hemos caído en la moda horrorosa del payasismo, cuando no el abandono, en la ropa que se usa?

Cada vez que voy a un lugar en el que se supone que las gentes deben estar ataviadas con prendas acordes con la ocasión, me llevo más que sorpresas, una desilusión al ver a los caleños y caleñas frescos de la vida, casi empijamados, cuando sin bañarse ellos y hechas un matacho ellas, no les importa ir a una iglesia, a una reunión formal y hasta un grado o un funeral.

A propósito, a un velorio al que acudí recientemente llegó una parejita que se apeó de tremendo BMW, él, de pantaloneta de colores psicodélicos y ella, con un pronunciado escote desbrasierado nada qué ver, que por poco hace resucitar al muerto quien de seguro al ver semejante espantajo se hubiera metido de nuevo en el ataúd pensando que había llegado al quinto patio de los infiernos.

¿Y qué tal los anteriormente llamados zapatos? En ellos, con las famosas chanclas todoterreno, cuando no las de meter el dedo gordo para que no se les salgan, son el común denominador, y en ellas de nuevo esas antiestéticas chanclas plásticas de colorinches que arrastran perezosamente sin pizca de gracia y salero.

Llegamos entonces a la moda de los tenis o zapatillas que han adquirido tal estatus que ‘combinan’ primorosamente (!) con un smoking y hasta con un frac, lógicamente sin medias, -me dicen que se usan sin medias-. Lo peor es que cuando sí se las ponen, son de color blanco cuando no cremas.

Igual sucede hasta con las damas de edades venerables que para parecerse a sus nietas usan tales zapatillas creyendo verse mejor y más jóvenes, siendo que en la realidad hacen un ridículo subido estilo Jovita Feijoo.

Es de agregar que tanto ellos como ellas tienen ahora la opción de recorrer los colores del arco iris desluciendo estrafalariamente aguamarinas, rosados, verde lima, amarillos y otras atrocidades.
También se han puesto de moda los jeans deshilachados o con rotos que yo no sé por qué les encantan a unas figuras obesas quienes sin ningún pundonor desafían la estética en los huevos por los que brotan sus luengas carnes y hasta ellos han copiado esos esperpentos dizque para verse más ‘in’.

A un restaurante elegante no les importa ir de shorts desteñidos, ellas, y de camisetas esqueleto, ellos, lo que compensan con sendos Cartier, vaya a saber si chiviados porque a esa gente es mejor no mirarla de a mucho, pero el hecho es que se sientan dónde y como les da la gana, beben y comen desaforadamente, pero pagan ‘cash’, dan jugosas propinas y quién dice miedo.

En día pasado vi en las oficinas de JM Inmobiliaria una foto viejísima de la calle 25 de Cali en la que aparecen varias personas de saco, corbata y sombrero, y no era que estuvieran en un barrio postinero. Hoy vaya a ver quiénes andan por ahí. No digo más.

Lo cierto es que Cali cambió y perdió ese ya remoto encanto de sus mujeres bellísimas, de esas que paraban el tráfico y que cuando caminaban por la Plaza de Cayzedo el taconeo se escuchaba en San Nicolás, como lo escribiera Jaime Correa López en una de sus deliciosas crónicas caliviejudas.

Y también desaparecieron esos caballeros de antaño, hoy reemplazados por daltónicos espantapájaros multicolores, desafiantes y groseros además.

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