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Las empanadas del 24

Posdata: A todos mis lectores, amigos unos y otros no tanto, les deseo una feliz Navidad y una necesaria reconciliación y desarme de los espíritus para poder vivir en paz y armonía en el 2022.

20 de diciembre de 2021 Por: Mario Fernando Prado

Los 24 amanecía más temprano. Desde antes de salir el sol aparecía la figura de don Juan Bolaños que tenía la poco grata tarea de emborrachar el pavo al que le daba una tapetusa y le hacía dar vueltas en el patio empedrado, cruel escenario de su asesinato en medio de unos gemidos que partían el alma y que terminaban en su decapitación en medio de una chorrera de sangre, espectáculo que estaba vedado a mis por entonces castos ojos.

Pero no quiero referirme a lo macabro que venía a continuación sino a que ese mismo día ofrecía una copa en su oficina del Edificio Colseguros en la Plaza de Cayzedo y con ‘Juanillo Berraquillo’ aparecía María Cifuentes, la más hacedora de unas empanadas, tanto o mejores que las del Zaguán de San Antonio, consideradas las mejores de Cali.

María, muy a las seis se iba a la galería central -pocas personas saben dónde quedaba- a comprar los insumos, dispendiosa labor que le significaba varias horas porque todo debía ser de infinita calidad, incluyendo un carbón creo que de guayaba que no lo había en ninguna parte y había que encargarlo con la debida anticipación.

Es así como en el mismo patio empedrado y una vez borrados todos los vestigios del pavicidio, María procedía a preparar el guiso y a calentar la hornilla sobre la cual ponía una paila negra a la que le vertía manteca, empella, enjundia y tripas del pavo amén de unos secretos que jamás reveló ni siquiera en su artículo mortis.

Y aquí aparecen dos actores de este ritual. Uno, don Daniel Arzayus Salcedo, propietario y conductor de un legendario Chrysler negro que debía llevar las empanadas en tandas de no más de veinte trasladándolas de El Peñón al Centro a velocidades supersónicas para que no se enfriaran; y el otro, Héctor Fabio Cortés que fungía de mesero y que se hizo célebre porque en un viraje intempestivo de su cicla, cayó de cabeza dentro de una olla de mazamorra hirviendo, recibiendo quemaduras por todas partes y lo que le valió el justificado apodo de Mazamorra por el resto de sus días.

Algo definitivo en la ingesta de las empanadas era el insustituible ají de cidra ya casi desaparecido, ritual que duraba hasta bien entrada la tarde porque el consumo de aguardiente, ron y Ballantines se acrecentaba con las anécdotas y chascarrillos de la concurrencia.

Allí concurrían desde el lustrabotas, los ascensoristas y aseadores hasta insignes representantes del poder judicial como magistrados, secretarios de juzgados, jueces, colegas, amigos y amigotes en una reunión, sin distingos sociales y étnicos y en donde no faltaban las declamaciones del poeta José Julio Roldán , que con inspirado acento y aprovechando su figura, recitaba los más lánguidos versos de Julio Flores y hasta se le escapaba el Brindis del Bohemio que le arrancaba a más de uno emotivas lágrimas que terminaban en emotivos llantos y sollozos.

Así eran las empanadas del 24 hace más de medio siglo…

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Posdata: A todos mis lectores, amigos unos y otros no tanto, les deseo una feliz Navidad y una necesaria reconciliación y desarme de los espíritus para poder vivir en paz y armonía en el 2022.

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