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El mariachi silenciado

El pasado jueves a eso de las 5:30 de la tarde, los habitantes de una de las cuadras del barrio Arboleda fuimos gratamente sorprendidos por una serenata callejera de un reconocido mariachi de esta ciudad.

11 de mayo de 2020 Por: Mario Fernando Prado

El pasado jueves a eso de las 5:30 de la tarde, los habitantes de una de las cuadras del barrio Arboleda fuimos gratamente sorprendidos por una serenata callejera de un reconocido mariachi de esta ciudad. Sus integrantes se ubicaron -distanciados- en el andén de un edificio que perpetró una constructora bogotana y que exprimió el lote a más no poder sin dejarle un centímetro de zona verde. Pero ese no es el caso.

La gran mayoría de los residentes aplaudieron la iniciativa, le enviaron algunos billetes y hasta hubo complacencias en un desestresante ambiente de sana alegría siendo esta una nueva modalidad de algunos grupos musicales para reunir algún dinero, habida cuenta que no tienen trabajo y necesitan, como todos, procurarse un dinero para cubrir sus necesidades básicas de subsistencia.

Esta práctica se ha vuelto muy popular no solo aquí sino también en otras capitales y principalmente en los sectores donde viven las familias más pudientes. A mí me emocionó el sonido de las trompetas, los violines, los guitarrones y las voces masculinas y femeninas perfectamente acopladas propias de una agrupación seria y profesional.

Sin embargo y a la mitad de la susodicha serenata de andén, un morador del mencionado edificio ordenó que les desconectaran los parlantes, trató mal a los músicos y hasta amenazó con llamar a la Policía. El mariachi entonces, sin la amplificación requerida, guardó sus instrumentos y con cara de regaño se fue con su música para otra parte.

Quiero decirles que me emputé con la actitud desafiante e intolerante de semejante personaje que demostró su arrogancia humillando a unos músicos de la manera más vil y grosera. Pero como no se trató del edificio donde tengo mi mediagua, opté por dejar los santos quietos.

Pero ello no significa que deba quedarme callado frente a semejante actitud. Seguramente al señorón en cuestión le debe sobrar plata como para no preocuparse por lo demás. Seguramente ese ‘vecino’ no conoce la palabra solidaridad. Es probable que no le enseñaron sus mayores el precepto cristiano ‘hoy por ti, mañana por mí’. Sin embargo de lo que sí estoy seguro es que debe tener oído de artillero y que además se lo están carcomiendo el odio y la neura y la depresión.

No le estaban exigiendo unos centavos, ni le iban a tocar su puerta. Era solamente una ‘piccolissima serenata’ -repito- que fue recibida con júbilo y alborozo por el resto de sus 150 vecinos que repudiaron tal atarvanada. Y ahora, si no le gustan estos ‘tropicalismos frondios’, bien puede irse a Suecia o Suiza o a una finca en la montaña donde no escuche ni el sonido que hace la hierba cuando crece.

Ojalá que vuelva ese mariachi y se ubique en el andén de donde yo vivo, así en este edificio no estén la mayoría de sus habitantes, pero algo se les dará porque quienes estamos en el barrio desde hace casi medio siglo, sabemos de los reprochables comportamientos de unos pocos, poquísimos -menos mal- recién llegados cuya única virtud es la patanería.

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