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El Bosquecito

Fueron cientos los noviazgos, romances, amoríos y hasta matrimonios que allí se fraguaron y muchas las maromas que había que hacer para, si era el caso, pasar a manteles porque no había de otra.

29 de noviembre de 2021 Por: Mario Fernando Prado

En la curva antes de la vieja Universidad del Valle en la parte alta de San Fernando, funcionó un nidito de amor y de pasión con un nombre que podría evocarnos a Caperucita Roja habida cuenta la presencia de muchos lobos feroces y varias cenicientas que se acudían a ese mágico lugar.

Se trataba de un estadero que abría sus puertas a tempranas horas de la mañana, en donde había varios ambientes: uno, zanahorísimo, a toda la entrada en donde había unas mesitas con sus respectivos asientos. Otro ya más adentro, en medio de una exuberante vegetación que oscurecía el lugar y donde era posible intimar, y el otro con unos kiosquitos cuquísimos cuyos techos de paja caían cómplices oscureciendo sus interiores y en donde todo era posible…

Allí se ‘capaba’ clases y se iniciaban primíparos romances que, de acuerdo a la intensidad que iban tomando, hacían avanzar al interior del lugar hasta llegar a los templos sagrados de la lascivia y en donde los meseros no podían entrar y dejaban los pedidos ‘afuerita’ a cambio de una ‘jugosa’ propina de monedas de 50.

Pero también en El Bosquecito se atendía a quienes salían de clases, pero solo hasta tempranas horas de la noche y en donde conseguir kiosko era una verdadera odisea porque en esa época no existían las reservaciones ni nada que se les pareciera, o sea que había que esperar eternidades para poder llegar al edén.

Fueron cientos los noviazgos, romances, amoríos y hasta matrimonios que allí se fraguaron y muchas las maromas que había que hacer para, si era el caso, pasar a manteles porque no había de otra.

O era allí o sino en las lomas de los Aristizábal y si había con qué, en el motel Santa Bárbara en la circunvalación que más de medio siglo después luce ahora remozado (eso me han dicho).

Las épocas de El Bosquecito son rememoradas con saudade por las y los univallunos(as) de esos años dorados. Los primeros besos, las primeras caricias, los dolores de novio, la extinción de los pañuelos y las maromas imposibles en los accesos, forman parte de la picaresca que hace que los encuentros con esos ya viejos amores produzcan risitas nerviosas cuando se encuentran con sus sendas parejas.

Varias anécdotas quedaron de este love paradise. Una de ellas da cuenta que la mamá de una estudiante de arquitectura pasó por el lugar en el preciso momento en que su aventajada hija entraba con un compañero de clases y al preguntarle el porqué, ella le contestó que allí había un vivero y habían ido a comprarle una matica al decano que estaba de cumpleaños.

Al otro día la señora se apareció por allí para comprar unos resucitados y lo que se encontró fue algo muy diferente a lo que su niña le había dicho, razón por la cual la sacaron de la universidad y la mandaron a Bogotá a terminar su carrera, con tan mala suerte que a los seis meses quedó esperando, resultando peor el remedio que la enfermedad.

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PD: En esta guerra de la desinformación uno ya no sabe a quién creerle.
¡Ah mal el que nos están haciendo las redes sociales manejadas por esos sicarios del internet!

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