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El bochinche

Dice Kiko Becerra, quien acaba de perpetrar un libro que recoge algunos de sus comentarios que día a día nos sorprenden y deleitan por las redes, que cuando hay más de dos palmiranos hablando, de inmediato se forma un bochinche.

24 de febrero de 2020 Por: Mario Fernando Prado

Dice Kiko Becerra, quien acaba de perpetrar un libro que recoge algunos de sus comentarios que día a día nos sorprenden y deleitan por las redes, que cuando hay más de dos palmiranos hablando, de inmediato se forma un bochinche.

Esta palabreja se define como “situación confusa y desordenada, en especial si va acompañada de ruido, voces y alboroto” o también como “chisme que cobra mayor proporción y maledicencia a medida que pasa de una persona a otra”.

Sin embargo, aquí en Cali y desde hace 69 años, existe un cenadero con este nombre que funciona creo que desde su misma fundación en un lugar privilegiado: Calle 11 con Carrera 15, al que concurren y recurren los trasnochadores antes y/o después de haber comido otro tipo de viandas.

El Bochinche junto con María Cochina, Apolo de la calle 12 -con nueva sede diagonal de La Estación de la Papa en la Avenida Sexta- El Gambrinus y Palermo que ofrecía los cuatro servicios de bar, mucharejas, restaurante y piezas, forma parte de la historia tiniebla de esa Cali sesentera.

Raro que tantos boquisabrosos que hablan y escriben de cocina y posan de ‘gourmets’ no se hayan detenido a comentar sobre estos lugares, en donde se han servido por años suculentas bandejas que hacen pasar las borracheras y ofrecen los célebres ‘tome mija’ consistentes en las sobras de las costillas, las papas y los arroces, bellamente empacados en cajitas de cartón y que sirven para que la fiera aplaque su ira y su dolor bien sea de madrugada o como calentado al amanecer.

Pero volviendo al Bochinche, que es un icono gastronómico de la Cali nocturna, hay que reconocer que en sus mesas se ha sentado lo más granado de nuestra pacata sociedad, en una democracia tal que hace algunos años no era raro ver al doctor Fulano llegar con su mosaica luego de unas concupiscentes faenas a pedir las célebres chuletas que se salían y se siguen saliendo del plato en compañía además del mecánico, de los rezanderos de esos velorios que iban de sol a sol, de políticos y políticas y de todos aquellos a los que les cogía la noche sin probar bocado.

Recuerdo como si fuera ayer nuestras cenas bochincheras, en las que hacíamos guerras de papas y tenían que llamar a la jaula para que nos sacaran del establecimiento y nos perdonaban la encarcelada porque invitábamos a cenar a los agentes del orden.

Memorable fue y ojalá siga siendo su servicio inmediato: uno pedía una ‘chule’ y antes que dijéramos ‘ta’, ahí estaba servida de manera generosa. Y ni hablar de los caldos levanta muerto y demás menjurjes que despertaban más que un pericazo.

También al Bochinche iban a parar aquellas muchachas que le decían a uno mi amor sin conocerlo y que constituían una sobremesa y/o postre luego de una noche de farra y de bohemia.

Pues bien, me dicen que este cenadero sigue en pie, cuenta con más de medio centenar de empleados y está también estrenando sucursal por los lados de los cholados cerca al Parque Panamericano.

Quisiera recoger los pasos volviendo al Bochinche pero como me acuesto antes de las 9 de la noche me tocaría ir a desayunar allá. ¿Quién me acompaña?

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