El pais
SUSCRÍBETE

Como un mosco en vaso de leche

No sé qué pensarán de este escuálido pajarraco pero como la constancia vence lo que la dicha no alcanza, ahí seguiré porque ya la barriga me ha llegado a sus justas proposiciones

15 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

Así me sentí la primera vez. Les había cogido cierta jartera a pesar de reconocer que son necesarios. Y también una especie de bronca habida cuenta la diferencia entre quienes los frecuentaban y yo. Estaba convencido que yo no calaba allí y que iban a verme como un bicho raro, así que pospuse mi ingreso con toda suerte de disculpas y evasivas hasta que mi barriga me obligo a caer en uno de ellos.

Lo primero fue ir a hablar con la encargada de ese galpón lleno de máquinas estrafalarias que al verlas me produjeron pánico y por poco salgo despavorido. Pero sentí que, o lo hacía o me iba a volver fofo y decrépito porque requería con urgencia hacer ejercicio.

Bueno, pues ya supieron de qué estoy hablando: me metí en un gimnasio o gym como le llaman ahora. Viendo quienes asisten a sudar la gota, me di cuenta que debía comprar zapatos tenis o zapatillas con unas mediecitas cortiticas y me recomendaron adquirir unas lycras, a lo cual me rehusé.

Tengo hartas camisetas manga corta y media docena de pantalonetas y con ellas completé el ‘trusó’, me presenté por primera vez y fui recibido como un mísero gimnasta terminal que iba allí antes de que le pusieran los santos óleos.

Saludador que soy, inútilmente trate de cruzar palabra con unos jayanazos que alzaban pesas de no sé cuántas toneladas mientras escuchaban música trans y ni hablar de las chicas todas esculturales y también -al comienzo- con cara de pocos amigos. Pero la instructora se apiadó de mí y desde el comienzo entendió mi decrepitud y ha sido cual lazarillo, lo cual le agradezco permanentemente.

Lo primero fue montarme en una bicicleta estática con la que, tres meses después, pedaleo en media hora 5 kilómetros. Pero como la bici me quedaba justo frente a un televisor pasando partidos de fútbol a toda hora, pedí que me pusieran el Canal Hola TV y ahí si fui mirado como animal raro y no les culpo. Estoy más blanco que un gusano de queso y con esas pantalonetas mata-pasión, peor todavía.

Luego Karen me llevó a unas máquinas fantasmagóricas que uno creería que son de un matadero, en donde he sido víctima de unas torturas indescriptibles que en un principio me hacían maldecir mi suerte y preguntarme “yo que putas estoy haciendo aquí”, pues una hora después quedaba como un chupo y con el chasis más torcido que de costumbre.

La verdad, quise retirarme de lo que llamé una cámara de torturas, pero, ¡oh sorpresa! A las pocas semanas comencé a experimentar que me sentía más rozagante, más ágil, más inteligente (!), más lleno de vida y de vigor y ya hasta los Charles Atlas que antes me miraban feo me parecen unos tipos queridísimos y las muchachas unas personas muy ‘chic’ que sudan la gota para mantener la línea y verse saludables.

No sé qué pensarán de este escuálido pajarraco pero como la constancia vence lo que la dicha no alcanza, ahí seguiré porque ya la barriga me ha llegado a sus justas proposiciones y lo único que me falta es meterme en una cámara bronceadora para quedar con un quemado Mediterráneo y hasta de golpe me compro una lycra azul medianoche y agarráte Helena que se cayó este catre.

AHORA EN Mario Fernando Prado