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Cocamundi

Ni la Policía ni el Ejército son capaces ya de afrontar, con las unidades que tienen por allá, a estas bandas al servicio de la delincuencia y no hay quien le ponga el cascabel al gato.

12 de octubre de 2020 Por: Vicky Perea García

Tengo por Jamundí un especial afecto. Es un municipio de gentes laboriosas y honradas dedicadas a la agricultura y al comercio. Se han hecho famosos sus cholados que son un referente gastronómico del Valle del Cauca y sus alrededores; dada su cercanía con Cali ha venido siendo asiento de muchas urbanizaciones al punto que se suele decir que con el tiempo Jamundí será un barrio más de esta ciudad. Además, en sus zonas rurales hay centenares de fincas de recreo y de solaz aprovechando su clima, su río y su ambiente fiestero y descomplicado.

Sin embargo, y desde hace ya varios años, este paraíso viene siendo infiltrado por el maldito narcotráfico con las consecuencias violentas que trae el dinero fácil. No obstante, ha logrado predominar un ambiente de concordia y hasta cierto punto de paz.

Pero lo último que le ha acaecido es demasiado grave y se le salió de las manos a quienes deben velar por el orden público, hacer cumplir la ley y evitar la creciente violencia.

Se trata de la llegada de los cultivos de coca y los integrantes del cartel de Sinaloa en franco amacice con las guerrillas de todas las pelambres, la delincuencia común y unos campesinos que se lucran de esta actividad porque si se atreven a decir que no, los asesinan brutalmente.

Y esto se ha trasladado de sus montañas al casco urbano en donde se ven autos y motos lujosas, mucho billete circulando, pululan los salones de estética y los sex shops, amén de “gente rara” como suele decirse, muchachonas de generosas carnes y entretenederos de grueso calibre.

Esto fue denunciado por el suscrito hace muchos meses y pocas bolas le pararon, tildando al pajarraco de alarmista, mentiroso y de querer desprestigiar a ese municipio al punto que algún líder social sugirió que se me declarasen persona no grata por esos lares.

Mientras tanto las cosas fueron empeorando: los nortecaucanos invadieron sus corregimientos aledaños y se dedicaron a la siembra de coca en contubernio -a las buenas o a las malas - con los lugareños, imperando la ley del silencio y la dictadura del más fuerte, que allí no es precisamente la autoridad competente, sino los grupos armados irregulares que imponen sus condiciones y al que no le gustó le dan bala y machete.

Ni la Policía ni el Ejército son capaces ya de afrontar, con las unidades que tienen por allá, a estas bandas al servicio de la delincuencia y no hay quien le ponga el cascabel al gato. Todos se lavan las manos, dicen que con ellos no es la cosa, que esperan unos refuerzos que nunca llegan y pasan de agache totalmente aculillados.

Para que se den cuenta de la magnitud del problema, el propio alcalde de Cali Jorge Iván Ospina, declaró que en las montañas de Jamundí hay sembradas no mil, ni dos mil, ni tres mil, ni cuatro mil, sino ¡cinco mil! hectáreas de coca, lo cual equivale al 7% de la coca que se cree está sembrada en nuestro país.

No obstante, insisto, aquí no pasa nada y mientras tanto siguen creciendo las plantaciones ante los ojos y oídos de aquellos que tratan de esconder la realidad y que ante las preguntas sobre el tema, responden con evasivas y los célebres “estamos investigando” y los “no podemos permitir que se altere el orden público”.

¿Qué le espera entonces a Jamundí?

AHORA EN Mario Fernando Prado