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Buenaventuritis

Así como todo nos llega tarde, hasta la muerte, a buena hora están surgiendo los Buenaventurólogos que con mucho ‘opuertounismo’ peroran acerca de lo que allá sucede luego de mantener total indiferencia y silencio absoluto mientras se gestaba esa debacle social cuya solución ahora pretenden liderar.

29 de mayo de 2017 Por: Mario Fernando Prado

Así como todo nos llega tarde, hasta la muerte, a buena hora están surgiendo los Buenaventurólogos que con mucho ‘opuertounismo’ peroran acerca de lo que allá sucede luego de mantener total indiferencia y silencio absoluto mientras se gestaba esa debacle social cuya solución ahora pretenden liderar.

Al puerto no solamente lo han saqueado los politiqueros y la corrupción: de ella se han aprovechado y lucrado miles de empresarios del interior que jamás invirtieron un solo peso en ella, ni promovieron obras que perduraran, ni les importó un rábano eso de la responsabilidad social empresarial.

Lo que sí tuvieron claro y lo siguen teniendo igual, es que allá fueron y allá siguen yendo única y exclusivamente para ganar harto billete y después olvidarse “de esa mierda”, como lo dijo ya borracho un rolazo, que hoy disfruta de sus millones en su gran mansión de Anapoima.

Y lo más execrable es que esa larva acaba de dar una cátedra de Buenaventurología en un postinero club sabanero al que pudo llegar gracias a lo que le produjo esa ‘eme’ en la que sobornó y compró a funcionarios de todos los calibres.

El tal bello puerto del mar no es más que el estribillo de una canción que pudo ser cierto en las épocas que describió magistralmente Medardo Arias en su ojalá premiada crónica del pasado domingo en El País, porque la realidad es otra bien distinta y que sin embargo se sigue tratando de disfrazar, realidad que -repito- nunca se ha querido reconocer y que solo y gracias a ese paro ha logrado permear a muchos de los responsables, por acción u omisión, de una sin salida que no podrá conjurarse a punta de pañitos de agua tibia como alguien escribió.

Es tal lo complejo del problema que ya hasta se habla de hacer otra Buenaventura, porque saldría más costoso el remedio que la enfermedad, y porque declarar la emergencia social y económica daría para que se disparara aún más la corrupción, habida cuenta la facilidad para contratar las obras y de nuevo se perderían los billones en manos de las corruptelas.

Ignoro qué tanto podrán aportar esos Buenaventurólogos de nuevo cuño que en la vida se han asomado a la isla de Cascajal –“¿Ala, dónde diablos queda esa vaina?”- y nunca le han dado la mano a un negro ni han probado un pusandao.

Lejos, muy lejos estamos de una solución definitiva para esa especie de tía boba embilletada a la cual se le explotó toda la vida y ahora que se avispó no sabemos qué hacer con ella.

Para terminar y como no se trata de seguir llorando sino de aportar ideas, considero que una opción que debería ser estudiar y decretar una especie de Ley Páez, como la que apadrinó Aurelio Iragorri Hormaza e impulsó Manuel Mosquera Castro (qepd) para exonerar de impuestos a aquellas empresas que se asentaran en el norte del Cauca cuando la tragedia de río Páez y que generó empleo y mejoró la calidad de vida de la región.

El montaje de fábricas y factorías cerca a los muelles reduciría los costos de la mercancía, al evitarse los gastos de fletes y transportes, con una considerable economía de tiempo que aumentarían la competitividad. ¿Por qué no analizar esta y otras posibilidades y dejar tanto bla bla bla?

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