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Bésame cucho

A algunos de mis amigos -ya con el sol a sus espaldas- les ha dado por recobrar una juventud que se les fue “de prisa como el viento” y desean devolver sus calendarios.

19 de noviembre de 2018 Por: Mario Fernando Prado

A algunos de mis amigos -ya con el sol a sus espaldas- les ha dado por recobrar una juventud que se les fue “de prisa como el viento” y desean devolver sus calendarios. Estrenan coches deportivos de esos en que es tan difícil montarse como bajarse, se pintan el pelo -ya no de negro sino de un rojizo sospechoso- lucen pantalones entubados, calzan zapatos de colores sin medias y se consiguen unas noviecitas o mejor, unas recreacionistas que parecen sus nietas mayores.

Me topé con uno de ellos en día pasado. Andaba con su nuevo amor del cual me dijo que lo había adquirido a precio de ocasión -no entendí- y que deseaba hacerme una atención. Tanto insistió hasta que acepté el convite y fui a su precioso chalet por los lados de Dapa.

Él, que jamás se metió en la cocina y tomaba solo aguardiente en copa plástica, esta de mucho chef paellero, prepara Dry Martinis, Alexanders, Tom Collins y posa de enólogo haciendo musarañas y tomando la copa con un estilo medio maricón.

A su turno ella, está en-perrada con un chande insoportable provocando -perdón- luciendo un tentador escote, unos jeans de marca que se los introduce con vaselina, amén de unos taconazos que hacen ver a “mi bebé” -como cariñosamente lo llama- encogido y más chiquito de lo que siempre ha sido.

Pero la tapa de la olla es que a “mi bebé” le ha dado por tocar saxofón acompañándose de unas pistas -que no concuerdan ni coinciden para nada con sus resoplidos-, con el que inútilmente pretende impresionar oídos sordos mientras ella, abrazada a su peluchín, lo escucha con melosa atención y lo rechupetea lascivamente al final de cada interpretación.

“Mi bebé” está anonadado con su “bombón” -así le dice-. Según asegura ella, es fisioterapeuta y enfermera de profesión y está feliz porque se le apareció la virgen con semejante galán que la montó en be-eme, la emperifolló con Cartieres y Louis Vuittones y le enseñó a comer sushi con palitos.

Pasado un tiempo prudencial, decidí levar anclas pero “bombón” le insinuó a “mi bebé” que le acompañara la canción de los dos: él al saxo y ella con su voz de ternerito degollado. Para tal fin sacó micrófono, se apuró a pico de botella el último concho de la botella de Bailys que había destapado para la ocasión y entonó desentonadamente ese bolero inmortal de Consuelo Velásquez intitulado ‘Bésame mucho’.

Cual no sería la sorpresa cuando mis castos oídos escucharon que -ya pasada de copas- le dio un cambio a la letra que quedó así: “bésame, bésame cucho como si fuera esta noche la última vez. Bésame, bésame cucho, que tengo ganas que mueras, que mueras después”.

“Mi bebé” que estaba más jincho que “bombón” ni cuenta se dio de semejante cambio de palabras y la besuquio con tal frenesí que aproveché y me les volé. Estaban tan en su cuento que ni cuenta se dieron de mi partida. Salí despavorido y he decidido borrar esa melodía de mi repertorio pianístico de miedo, a que como ‘el diablo es puerco’, alguna vez -y eso no sucederá jamás- me dediquen esa canción.

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