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Síndrome de emperador

Llegan las vacaciones y con estas la proliferación de niños en los aviones, en los restaurantes, en las salas de espera. Y sobre todo de niños malcriados. Pero más que los niños, lo que indigna es la postura suplicante de las mamás implorándoles que se porten bien.

21 de julio de 2017 Por: María Elvira Bonilla

Llegan las vacaciones y con estas la proliferación de niños en los aviones, en los restaurantes, en las salas de espera. Y sobre todo de niños malcriados. Pero más que los niños, lo que indigna es la postura suplicante de las mamás implorándoles que se porten bien. Incapaces de dar una instrucción clara, les explican con voz mendicante como si se tratara de un diálogo entre adultos y les piden razonamientos sensatos frente a los cuales ellos siempre responden con refunfuñes y de mala manera. Son groserísimos con las mamás, por lo general, únicos hijos que equivale a sentirse el centro del universo.

Tal vez ese diálogo inocuo de madre y niño/niña por lo justificatorio y culposo, es la mejor manera de disimular la incapacidad de poner límites; de enseñar a respetar al vecino y a usar la palabra gracias con la azafata, con el mesero, de hacerles entender que la frustración es una variable segura de toda existencia y que más vale aprender a tolerarla prontamente antes de que sea demasiado tarde; pero que va, ¡el mundo a los pies! de estos pequeños tiranos que se lo merecen todo.

Estos comportamientos cotidianos, que se expresan en detalles van incubando una omnipotencia que termina tomando caminos insospechados con una constante: la incapacidad de adaptarse al mundo y de fijar propósitos; construir en el tiempo, con persistencia y convicción, dificultad que pesa sobre muchos de los llamados millenials; tan complicados de asir. Millenials, todos con los padres en mi generación, abrumados por una transición no fácil de comprender, a la postre permisivos y tímidos con la autoridad, empeñados en dar satisfacción como prioridad existencial.

Ya adultos estos muchachitos malcriados de aviones y restaurantes, de salas de espera de clínicas y consultorios -la palabra espera no la conocen-, tendrán altas posibilidades de terminar formando parte del ejército de “tiranos del alma” como los denomina con lucidez Carlos Climent y que rondan en la sociedad “camuflados con la máscara de la normalidad pero que lentamente van aniquilando todo lo que tienen cerca, amigos, familia, trabajo y hasta los afectos. Seres de difícil convivencia y a quienes Climent recomienda tomar distancia para no caer en sus tentáculos.

Muchos de ellos puedes también terminar convertidos, como producto de la mezcla de otros ingredientes de experiencias y azares, en unos personajes narcisos y autoritarios, afanados en ser unos emperadores de verdad. Pululan en la política como medio para acceder al poder y a través de este, lograr imponer imperialmente su voluntad; movidos por la codicia y la ambición transgreden normas, bordean incluso la ilegalidad para conseguir sus metas, como sucede con tanto corrupto.
Embarcan en sus errores a muchos hasta arrastrar colectivos, países completos, como lo estamos viendo, impávidos, actuar a un desbocado Trump. Un gobernante capaz de poner el mundo patas arriba para imponer sus delirantes ideas y poner en riesgo avances conseguidos con esfuerzo por la humanidad.

No son lecciones pedagógicas, ni más faltaba. Sólo se trata de prender una voz de alarma que el afecto incondicional de los papás hacia los hijos que muy seguramente no les permite ver y quienes siempre quieren lo mejor para ellos, a entender que del síndrome de emperador no resulta nada bueno.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla