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¿Qué pasa en Cali?

Desde hace más 20 años Cali no levanta cabeza. Primero como epicentro...

15 de julio de 2011 Por: María Elvira Bonilla

Desde hace más 20 años Cali no levanta cabeza. Primero como epicentro del Cartel de Cali, con los Rodríguez Orejuela permeando el fútbol, los negocios y la política. Fue tal su poder que le apostaron a elegir Presidente de Colombia. Siguió el Cartel del Norte del Valle con la proliferación de narcos menores que se multiplicaron y convirtieron las calles en un escenario de sangre y cobro de cuentas. Todo esto condimentado con la corrupción y una profunda crisis política que no ha permitido elegir un solo alcalde capaz de liderar la transformación de la ciudad sin polarizaciones ni rabias enquistadas. A este cuadro le ha resultado el nuevo ingrediente, las Bacrim, que tienen disparadas las estadísticas de inseguridad y que llevó al Gobierno Nacional a experimentar en Cali un modelo de intervención con el que se busca atajar la inseguridad urbana. Son las famosas bandas criminales en las que confluye el hampa producto de la degradación de los narcos, los paras, la guerrilla y la común. Los une su habilidad con el gatillo para lograr resultados. El resultado, una ciudad asolada con una ciudadanía en estado de alerta por el robo, los atracos, los asaltos a conjuntos residenciales, el fleteo y ni qué decir de los cinco homicidios que se presentan diariamente. El investigador Boris Salazar publicó en el portal de internet Razón Pública el artículo El milagro que no fue, con el que intenta explicar: ¿Qué pasa en Cali?De acuerdo a su análisis, la criminalidad organizada del narcotráfico fue reemplazada, en un proceso irregular y violento, pero poco visible, por una criminalidad menor, y en expansión, que involucra a hombres y mujeres cada vez más jóvenes, casi niños, que juegan a los bandidos con armas reales, y matan, hieren y roban a ciudadanos reales, en una oleada de violencia que ni esta administración municipal, ni las anteriores, han querido tomar en serio.En forma paralela, jóvenes muy jóvenes, de estratos diversos, hicieron su entrada en el mundo de la delincuencia. Las armas, las técnicas, las oportunidades, la cultura, los modelos a emular estaban ahí, listos para ser convertidos en acción real. Las actividades ilegales han desplazado a las legales, absorbiéndolas en ocasiones, conformando un sistema de ilegalidad creciente que se reproduce a través del reclutamiento espontáneo de los más jóvenes. (sic)La solución no es mediática con el propósito de cambiar percepciones y generar impacto inmediato, sino de profundidad y a largo plazo. Salazar advierte la urgencia de encontrar la manera de desligar a los jóvenes del crimen a través de la educación. Y dice: “La mejor educación para los más pobres y vulnerables es indispensable para quebrar los lazos que unen a los jóvenes más vulnerables con el crimen y la ilegalidad”. Una educación de la mano de actividades que le dan salida a la creatividad juvenil, complementadas por una política de subsidio que les asegure un ingreso que les garantice la permanencia en el sistema educativo sin terminar expulsados a la calle convertidos en delincuentes detrás de una supervivencia fácil. Una estrategia de fondo, mucho menos costosa que cualquier acción policiva, pero que exige un pacto entre ciudadanos y gobiernos Local y Nacional, que asegure su sostenimiento en el tiempo. Soñar no cuesta nada.