El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Para no olvidar

El relato impresiona. Los llamados falsos positivos, olvidados en tiempos en que...

9 de julio de 2010 Por: María Elvira Bonilla

El relato impresiona. Los llamados falsos positivos, olvidados en tiempos en que soplan nuevos aires políticos, han quedado reducidos a cifras estadísticas y al dolor que cargan solitarias las madres de las víctimas. Dramas macabros como el que cuenta el soldado Luis Esteban Montes en su testimonio: Mi hermano fue un falso positivo, que no se pueden olvidar. “Todo pasó el 30 de abril de hace dos años. Yo estaba como soldado contraguerrilla en el Batallón de Infantería N.31 que opera en Córdoba. Mi compañía llevaba más de quince días sin hacer mucho en un pueblito caluroso que se llama San Juan. No había operaciones ni patrullajes. Los soldados estábamos simplemente ahí, sin hacer nada. Se acercaba el Día de la Madre y los altos mandos empezaron a preocuparse porque no teníamos resultados para mostrar, ni méritos para que nos dieran los días y poder salir a visitar a las familias. Entonces se empezó a hablar de ‘legalizar’ a alguien. Es decir, de matar a una persona para hacerla pasar por guerrillero y así ganarse el permiso para salir. No me sorprendió del todo, pues las 'legalizaciones' son un asunto cotidiano.Una noche llegó mi cabo Jonathan Pineda y me dijo: "Guajiro, váyase para el cambuche que ya tenemos el 'man' al que le vamos a hacer la vuelta; un man de la Guajira. Siempre buscaban personas que fueran extrañas a la región para que ningún familiar los reclamara. Me entró la curiosidad porque también soy de la Guajira. Entonces me salí del cambuche, prendí un cigarro. Estaba lloviznando. Le regalé un cigarro y nos pusimos a charlar (con la víctima señalada). Al poco tiempo me di cuenta de que era mi hermano, Leonardo Montes. Él se había ido de Maicao hacía mucho tiempo, cuando yo apenas era un pelao de 9 años. Por eso no lo reconocí. Con el nombre de mi papá, lo comprobé. Era mi hermano y era también al que habían elegido al azar para matarlo. No lo podía creer. Entonces me destapé. Le dije que yo era el 'niño', Luis Esteban, su hermano. Nos abrazamos y en medio de la emoción le advertí que lo iban a matar para hacerlo pasar por guerrillero. Le dije que se fuera, pero él no me creyó(…) Él se había hecho muy amigo de dos soldados de mi compañía que lo invitaron hasta el cambuche. Leonardo estaba seguro de que no le iban a hacer nada. Estaba engañado”.El soldado Montes intentó impedirlo. Inútilmente. Lo encontró muerto, “estaba en el piso envuelto en un plástico blanco. Yo me tiré sobre él, rompí la bolsa y me di cuenta de que era mi hermano, Leonardo. El hueco ya estaba listo y dos soldados lo tiraron así, sin ataúd ni nada. Supuestamente, le encontraron una granada y un arma en las manos. Un testigo en el pueblo reconoce haberle vendido la pistola al Ejército y yo me acuerdo haber visto días, dos soldados de mi pelotón limpiándola con orina para borrarle las huellas”. Y sigue la historia.Una historia que se repitió con 2.000 muchachos pobres, inocentes. Un realidad macabra que el país no puede olvidar, sobre la cual la justicia globalizada, actuante y persistente está pendiente. Y seguirá avanzando, implacable, sin dar tregua, con decisiones que pesarán como una plomada, sobre los hombros del Presidente que se va y del que llega.