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Muy grave sería para Colombia terminar atrapada en este torbellino demencial. Una intervención burda con Venezuela, como parece estar en la agenda de Trump, puede terminar en un doloroso baño de sangre.

14 de febrero de 2019 Por: María Elvira Bonilla

Todo quisiera menos conocer a alguien que inspira tan poco respeto como este personaje que se le atravesó al mundo llamado Donald Trump.
Por esto me dio consideración ver al presidente Duque acompañado de su esposa María Juliana Ruiz, sencillos y bien intencionados, aplastados por el despliegue de poder imperial de la Casa Blanca. Allí estaba una vez más Trump, omnipotente y despreciativo, ausente al lado de la bella-boba Melania.

Las visitas oficiales como casi todas las derivadas de los rituales del poder están cargadas de formalidad, de maquillaje, de farsa, de construcciones prefabricadas, de gestos y trucos tramposos. Sin mayor diálogo ni intercambios de fondo, en un escenario que esta vez resultó tan banal que el diálogo se dio en presencia de las dos señoras, sentadas como esfinges cada una en su sofá, como si se tratara de un encuentro de dos parejas de amigos conocidos. Finalmente se trata de un protocolo vacuo en el que los invitados toman nota de las noticias del imperio.

Trump no ve en Colombia más que un socio para su descontrolada supuesta persecución contra el narcotráfico, de la mano de la fobia xenofóbica con la que justifica barbaridades pero que le resulta útil para mantener los ánimos de su base electoral en alto; y ahora es un aliado incondicional en su nueva obsesión encarnada en el monstruo del momento, Nicolás Maduro, quien por lo demás no tiene defensa posible.

No hubo tema distinto entre él y Duque, porque su interés es instrumentalizar a Colombia en su plan de intervención a Venezuela. Ya lo ha hecho económicamente y no descarta la vía militar; un Trump que sigue viendo a América Latina como el patio trasero de su poderoso país, como en algún momento se le ha soltado. Los gringos están lejos de entender sutilezas y el respeto diplomático en su afán de ejercer como policías del mundo. Toman decisiones en tableros geopolíticos construidos desde un Washington impermeable a las consecuencias, muchas veces nefastas y catastróficas.

Ningún retrato más preciso de esta manera de decidir y actuar que el que se muestra en la película El Vicepresidente. Allí aparece el espectáculo de frivolidad y cinismo con que el círculo inmediato del poder en Washington, con Dick Cheney a la cabeza, se aprovechó de la ignorancia de George Bush Jr. para empujar la máquina destructora de la invasión a Iraq, esa avanzada devastadora contra Sadam Hussein, movida por intereses económicos privados asociados al petróleo y los mega negocios que aparecieron posteriores al bombardeo. Para asegurar la acción bélica EE.UU. no dudó en montar con la perversidad necesaria la teoría mentirosa de las armas de destrucción masiva. Un escenario susceptible de equipararse es el de la cotidianidad de la Casa Blanca con un Donald Trump gobernando por la ignorancia, la testarudez y la arbitrariedad, como aparece en el libro Fear de Bob Woodward.

Muy grave sería para Colombia terminar atrapada en este torbellino demencial. Una intervención burda con Venezuela, como parece estar en la agenda de Trump, puede terminar en un doloroso baño de sangre. Las bravuconadas de arrogancia pueden conducir a errores irreparables en los que Colombia, en cabeza del presidente Duque, no puede dejarse arrastrar mansamente. Las relaciones con Venezuela y con los venezolanos tienen una historia larga y particular, que más vale no desconocer.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla