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No más réquiems

Nada más descorazonador para empezar el año que los veinte líderes comunitarios asesinados en los primeros quince días de enero.

16 de enero de 2020 Por: María Elvira Bonilla

Nada más descorazonador para empezar el año que los veinte líderes comunitarios asesinados en los primeros quince días de enero. En el Cauca, Putumayo, Chocó, Huila, Cesar, Córdoba, Norte de Santander, Colombia toda. Sus nombres, que debíamos por respeto listar aquí, quedan reducidos a un simple y frío registro estadístico que pone a enfrentarse a las instituciones y a los funcionarios a lavarse las manos, evadir responsabilidades y dar explicaciones inverosímiles de cara a la comunidad internacional que toma más en serio este drama que nosotros en Colombia.

A quienes matan son a los más queridos en sus pueblos y veredas; los comprometidos con la suerte de su gente, los influyentes en sus luchas, casi siempre contra los poderes locales legales o ilegales y de cualquier índole económicos, políticos, sociales. Y son además los más avispados, los más carismáticos, los más simpáticos y entusiastas, los más reconocidos, lo que hace que sus comunidades lo vivan como verdaderas tragedias. Pero lo cierto es que en un país donde esto sucede frente a la indolencia social, algo no camina, señal de esa crisis circular reiterativa, con el mal atravesado.

Se escucha decir que éstas son cíclicas y forman parte de la naturaleza humana. Tesis que la reconocida filósofa española Adela Cortina, profesora de ética y de responsabilidad social, refuta con vigor. Y para ser más clara acude a un ejemplo simple. Recuerda la lección de aquel jefe indígena que contaba a sus nietos cómo en las personas hay dos lobos, el del resentimiento, la mentira y la maldad, y el de la bondad, la alegría, la misericordia y la esperanza. Uno de los niños que lo escuchaba le preguntó: abuelo, y ¿cuál de los lobos crees que ganará? El que alimentéis, le contestó el anciano sabio.

Y creo que es ese lobo, el negativo, el del resentimiento y la maldad el que se alimenta cotidianamente en estos tiempos, regidos por la máxima de que “lo que no son cuentas son cuentos”. De allí sigue su curso inmune a la codicia, a la insolidaridad, a los abusos, a los atropellos. Un mundo en que los vicios mandan sobre las virtudes; un mundo conducido al abismo por quienes tienen capacidad de decisión que desconocen los valores éticos, la convivencia social dirigida a generar un bienestar colectivo.

Los gobernantes con el Presidente a la cabeza se limitan a señalar como motor de esta matazón desbocada a la ilegalidad, llámese narcotráfico o minería, la pugna a sangre y fuego por el control territorial. Fue precisamente el narcotráfico con su galope imparable desde los años 80 el factor que se instaló y reventó para siempre los valores de la sociedad colombiana y que llevó a alimentar ese lobo feroz cuya supervivencia depende de ese principio existencial rector del que habla Cortina y que poco se cuestiona: “Lo que no son cuentas son cuentos”.

Todo nos va quedando grande como país. Y nada pareciera poder romper este círculo vicioso. Resulta inaceptable que el Estado no logre detener esta dinámica de asesinatos dirigida a romper la base de las estructuras sociales elementales y sencillas del mundo rural que han protegido la gente, y muy especialmente en los días aciagos del conflicto, en las veredas más perdidas del país. Por el momento no nos cansaremos de seguir pidiendo a gritos: no más réquiems.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla