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Maravillosa Colombia

Fui tan feliz navegando hace unos días las aguas del río Orteguaza...

25 de noviembre de 2016 Por: María Elvira Bonilla

Fui tan feliz navegando hace unos días las aguas del río Orteguaza en el Caquetá como lo había sido en las del Catatumbo en La Gabarra, en la frontera venezolana; aguas intactas, horizontes infinitos y limpios que advierten que estamos ante un país aún por descubrir; que asombra. Una maravillosa Colombia velada, tapada por un conflicto que empieza a quedar atrás pero que deja un país herido.Descubrir esa naturaleza majestuosa que solo los guerreros legales o ilegales habían podido conocer, puede ayudar a reparar. Allí en ese desconocido sur, mandan los imponentes ríos conocidos como las autopistas de la selva, testigos mudos de los horrores de la guerra. Sus orillas ahora apaciguadas y sus aguas potentes pero serenas que parecen hablar, remiten con sus paisajes, aunque de manera distinta, a un país lejano que alguna vez conocimos en la infancia cuando se podían andar carreteras y caminos, recorrer la geografía toda, con papás, como el nuestro, que como un maestro paciente nos relataba la historia de Colombia in situ. Haciendo memoria de hechos y personajes no buscaba otra cosa que arraigarnos. Reconocer el esfuerzo humano detrás de la construcción de la nación, una nación entonces menos destruida que la que habrá que reconstruir ahora.Las vacaciones entonces eran en carro. Viajando por el país. Jornadas que nos trasladaban hasta parajes lejanos como el Páramo de las papas en el Macizo colombiano, allí donde el río Magdalena nace como un pequeño riachuelo o a San Agustín y Tierradentro a descifrar en estatuas piedras el misterioso mundo precolombino, o a las heladas cumbres de Puracé o a los avisos de vértigo en el Cañón del río Chicamocha o al mágico desierto de la Tatacoa. Privilegio feliz que no han tenido los millenials quienes crecieron en el encierro de los miedos. Esa maravillosa Colombia, que además está poblada por gente buena, tan dolida como resistente, y que ha sido el territorio de la guerra. Florencia, la capital de Caquetá tiene 180.000 habitantes de los cuales 95.000 están inscritos en el registro nacional de víctimas porque en casi cada familia ha habido un hecho trágico -una muerte violenta, un secuestro, un soborno; un desaparecido, la quiebra de un negocio- producto de una acción de la guerrilla, de los paramilitares, de la delincuencia común. Pero es allí, en regiones como la del Caquetá, donde ha corrido tanta sangre, donde han enterrado a tantos prematuramente, donde la gente ya no mira para atrás. La generación de los caqueteños millenials que huyó de las amenazas para salvar su vida lejos, está de regreso. Profesionales dispuestos a jugársela por su tierra como la camada de funcionarios públicos que acompañan al alcalde Andrés Mauricio Perdomo, también de regreso a intentar a los 39 años comenzar a escribir una nueva historia. En la periferia la vida es distinta; más real, más auténtica, más simple. No llega el eco bullicioso de los alegatos y las especulaciones retóricas y menos el lastre de ambiciones frustradas que toman forma en el teatro de la política; el tiempo vale porque lo emplean rehaciendo existencias, mirando hacia adelante. Es allí donde la firma de la paz entre el presidente Santos y el comandante de las Farc Timolén Jiménez, adquiere su verdadero sentido, para cimentar las heridas que han comenzado a sanar.