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Los igualados y La Perra

De todos los nuevos comportamientos sociales, comunes en las nuevas generaciones tal vez el que más me molesta es el de los igualados, que se expresa en las actitudes sociales e individuales que llevan implícita la idea de que nadie es respetable

2 de noviembre de 2017 Por: María Elvira Bonilla

De todos los nuevos comportamientos sociales, comunes en las nuevas generaciones tal vez el que más me molesta es el de los igualados, que se expresa en las actitudes sociales e individuales que llevan implícita la idea de que nadie es respetable. La alimentan en estos tiempos donde reinan la degradación de valores, la indignidad en el comportamiento de muchísimos líderes que llegan a conductas vergonzosas e ilegales de quienes por su papel, responsabilidad y representación estarían llamados a dar ejemplo. Pero ese no es el punto.

Me refiero a los igualados porque sí. Que no respetan ni experiencia, ni canas que son la expresión visible de conocimiento y de sabiduría que dejan los años vividos, con su acumulado de experiencia. No se trata de hacer genuflexiones ni realizar ceremoniales y formalismo ni de seguir protocolos cursis y mentirosos. Ni más faltaba. Se trata simplemente de reivindicar la buena educación, que empieza por respetar a quien se lo merece.

Ese trato de igualados confunde el comportamiento, reforzado permanentemente por las famosas redes sociales en las cuales desaparecen las diferenciaciones, con el poder que da el moverse cada quien con libertad y sin límites con un micrófono incorporado. Todas las opiniones quedan homologadas, independientes de quién las dé, y éste, el emisor, es un simple sujeto cuya voz se vuelve altisonante entre más grosera y altanera suene.

Llegamos por esa vía a un entorno social donde las personas y muy especialmente los jóvenes no logran situarse y por consiguiente no distinguen, no diferencian, no respetan. Opinan sin pensar y todo queda sumido en una melaza, en una masa amorfa que impide guardar o tomar distancia frente a los hechos y las personas. Resulta que como en los cacicazgos de las tribus ancestrales, las personas ocupan roles que llaman a la diferenciación y al respeto, con lo cual el trato nunca puede ser el mismo para todos. Se trata de algo que no se decreta y que no debería ser necesario hacer explícito, pero ante la ausencia de respeto se vuelve urgente activar las alarmas para que los igualados no ahoguen ni atormenten y aprendan a situarse. Sin duda el mundo sería mucho más amable.

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Adendum: La Perra, la novela corta de la vallecaucana Pilar Quintana amerita su lectura. Con un lenguaje directo sencillo y punzante y a través de un relato original, dos personajes uno humano y uno animal logran penetrar la maraña de un Pacífico, devorador, furioso; un relato de la vida y la muerte; de la batalla diaria por la supervivencia.

Ladrilleros con sus inmensas mareas que traen y llevan basuras, deshechos y sus lluvias torrenciales, y ese cielo plomizo, y esas mareas y ese sol inmenso y efímero y esa miseria, la de todos y la individual, la colectiva y esa selva, sí, la selva que se transforma en un escenario devastador de derrota; de derrota de la condición humana que Pilar Quintana logra atrapar con un lenguaje rápido, director, preciso. Escribe con la distancia de la urbe, de quien ha escapado del agobio de ese entorno agreste y definitivo, convencida eso sí de que “La dureza de la vida alcanza unos extremos que desde la ciudad no alcanzamos a imaginar”, sin dejar a veces alternativa alguna. Pilar regresa después de 14 años con una contundente novela. Corta e incisiva. Redonda.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla