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Lo que la pandemia no dejó

Esa clase política que ilusamente se creyó podía cambiar, con prácticas orientadas al bien común, está más voraz que nunca, degradada, de cara a las elecciones del próximo domingo.

10 de marzo de 2022 Por: María Elvira Bonilla

A finales del primer año de la pandemia, en el 2020, fueron muchos quienes le apostaron a que esta catástrofe universal iba a dejar unas enseñanzas de fondo y un cambio en el comportamiento de los seres humanos, para bien, claro está. Pero qué va, el balance con el comienzo de la normalización de la vida es poco promisorio.

Se creyó que se iba a entender que la suerte individual está atada al destino colectivo, y que el covid como amenaza para todos, solo podría superarse con una acción colectiva. Apenas pasó el susto, se disparó un egoísmo exacerbado, el hiperindividualismo, como si el saldo pedagógico hubiera sido el contrario: sálvese quien pueda y aproveche el cuarto de hora atropellando al que toque.

Una encuesta realizada entonces en plena pandemia, en trece países latinoamericanos, por el Grupo de Diarios América (GDA), indicaba que la marca emocional del momento era la incertidumbre. Se daban señales inequívocas de la desconfianza creciente frente a los gobiernos locales y el nacional, a los políticos, a quienes los desplazaban como los técnicos y la ciencia -tal vez en el afán de encontrar caminos de combate al covid-. Ahora nadie cree ni en los unos ni en los otros.

A pesar de las explicaciones que relacionan el origen de la pandemia con el desequilibrio ambiental y la respuesta furiosa de la naturaleza a la permanente invasión de su territorio, la devastación sigue su marcha imparable sin modificación alguna en los hábitos para evitar la inevitable catástrofe generada por el cambio climático que en Colombia tendrá la forma de agua y más agua, como lo estamos padeciendo.

Esa clase política que ilusamente se creyó podía cambiar, con prácticas orientadas al bien común, está más voraz que nunca, degradada, de cara a las elecciones del próximo domingo. Lo único nuevo es el aluvión de información a la que tiene acceso la ciudadanía que posibilita un escrutinio público mayor, ojalá con consecuencias judiciales.

Cuando todos estábamos acorralados y amenazados, la pandemia reincorporó en la vida nuestra mortalidad, no como un simple enunciado sino como una realidad vivencial, capaz de cambiar prioridades e intereses, recuperándole sentido a la relación con los otros, la familia, los viejos amigos -multiplicación de chats-, disminuyendo el interés por las cosas y su posesión, que podría traducirse en la superación o atenuación del afán consumista que nos había apresado. Se valoró la importancia de las pequeñas cosas, cotidianidad más austera sin créditos innecesarios ni falsas pretensiones -sin salidas a la calle, inútiles closets de ropa, carteras y zapatos-; días sencillos con pasatiempos de salón, lectura y series.

Pero qué va, bastó que se abriera la compuerta para que irrumpiera la velocidad con la zozobra del tiempo marcando el paso unido al afán por moverse, viajar, consumir y acaparar en el torbellino de la vana competencia en contravía de aquel disfrute del momento, que creíamos haber incorporado.

El cierre del adiós a la pandemia como amenaza global no podía ser más lamentable: la invasión a Ucrania y el desafuero demencial del tirano ruso obsesionado en engrandecer su poder. Actos de inhumanidad como colofón de esta prueba de dos años que creímos nos iba a hacer mejores.
Sigue en Twitter @elvira_bonilla