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Leguleyos, ¡basta!

En un país sensato se habría celebrado con júbilo, no de manera vergonzante, el fin de la guerra y en especial la dejación de las armas que marca el paso de las Farc de la lucha armada a la política que está en proceso de concluir a finales de este mes.

22 de junio de 2017 Por: María Elvira Bonilla

En un país sensato se habría celebrado con júbilo, no de manera vergonzante, el fin de la guerra y en especial la dejación de las armas que marca el paso de las Farc de la lucha armada a la política que está en proceso de concluir a finales de este mes. Debíamos estar con convicción y decisión, mirando hacia adelante. Con todo y los reparos que se le hacen a Juan Manuel Santos, él como Presidente de los colombianos, de todos, tiene las facultades legales para firmar el Acuerdo de paz de la guerrilla. Ciertamente la derrota del Plebiscito el 2 de octubre del 2016, significó un cambio de escenario y tener que enfrentar a una realidad política que no se podía desconocer y muchas de sus recomendaciones se acogieron, así sus promotores haya quedado y estarán siempre insatisfechos incendiando los ánimos de la polarización que ahoga el país. Pero lo cierto es que el Acuerdo del Teatro Colón con los ajustes acordados finalmente fue ratificado por el Congreso de la República en representación de los colombianos. Era la ruta constitucional a seguir y se cumplió.

Pero no, nada de esto fue suficiente. Aquí seguimos en el lodo, en el vocerío, en los alegatos bullosos, en el ruido de insultos y ofensas por las redes sociales; las amenazas y el asesinato de quienes empiezan a buscar rehacer la vida sin armas en veredas y pueblos alejados, marcados por la violencia. Paradójicamente priman los obstáculos para la implementación de los acuerdos y sobresalen de manera especial las patadas y las zancadillas de los leguleyos. Una especie de abogados que pulula en Colombia reconocida por su habilidad para entorpecer y generar dificultades antes que soluciones.

Actúan en los casos grandes y pequeños. Opinan con propiedad y son expertos en construir escenarios catastrofistas, prender las alarmar y magnificar los problemas. Porque, como ellos mismos dicen, se trata de los problemas de los demás.

Impresiona ver cómo se rasgan las vestiduras, sobre todo entre juristas opinadores, antes que intentar acompañarlos e interpretarlos de manera propositiva.

De contar con estadistas liderando la vida pública nacional, el asunto sería distinto. Dispuestos a responder al desafío de repensar el país y prepararse a construir sobre las desvencijadas estructuras institucionales y muy especialmente de la descuadernada justicia, una nueva arquitectura que debería verse como señal de buenos augurios y de no amenazas paralizantes.

¿Dónde se ha visto que un grupo alzado en armas que no ha sido derrotado, firme la paz para terminar en la cárcel? Y, ¿dónde se ha visto que alguien, en cualquier escenario de negociación del sector público o privado, no busque honrar lo acordado?

Pero hay algo más de fondo que trasciende las alarmas de los leguleyos y sus múltiples interpretaciones. Se trata de perdonar lo imperdonable, como dice provocadoramente el filósofo Jacques Derrida. Y superar la posición de quienes no están dispuestos a avanzar a ningún precio y sin lograr superar la dialéctica fallida de vencedores y vencidos, enceguecidos de rabias y rencores que impiden mirar hacia adelante y proyectarnos para vivir en país que podría resultar promisorio en donde manden los creativos, los emprendedores, los constructores de ilusiones, los hacedores y no los leguleyos.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla