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La verdad dolorosa

El poder en Colombia se ha usado mal. Se ha aprovechado para alimentar privilegios y carburar unas fuerzas primitivas que han sembrado odio y muerte, mucha muerte.

27 de enero de 2022 Por: María Elvira Bonilla

Yo soy de los que perseguimos la verdad. No importa cuanto tiempo haya pasado luego de los hechos, porque no creo en el borrón y cuenta nueva, ni en él tapen tapen sino en la verdad como uno de los pilares sobre los que se basa la sociedad que obliga a que los ciudadanos respondan por sus actuaciones y más cuando estas afectan al bienestar colectivo. Y me refiero al horror que hemos vivido en Colombia, en corrupción y cinismo, en atropello e injusticia, en abusos de poder, en dolor y muerte; un horror que debe ser despojado del velo que lo cubre para poder llamar a los hechos y a los responsables por su nombre y apellido.

Por esto creo y respeto la tarea de la Comisión de la Verdad y de la JEP, el tribunal de justicia creado como parte del Acuerdo de paz que nos permitirá comprender, poco a poco, lentamente, lo que ha pasado, lo que nos pasó. Tal vez allí encontraremos claves para entender lo que nos sigue pasando, aquello que nos hace como sociedad tan indolente; anestesiados en nuestro interminable conteo de muertes, tolerantes con tanta disfuncionalidad social.

El poder en Colombia se ha usado mal. Se ha aprovechado para alimentar privilegios y carburar unas fuerzas primitivas que han sembrado odio y muerte, mucha muerte. Y el escenario de la JEP, incluso mucho más que la Comisión de la verdad, ha sido de gran utilidad para ir mostrando con la crudeza de testimonios de protagonistas como el gerente del Fondo Ganadero de Córdoba en la JEP, Benito Osorio, cómo se movieron desde el poder los hilos de la guerra. Testimonios que van constatando y completando verdades dispersas que ya habían ido saliendo.

Ha ido quedando al descubierto el perverso coctel de ilegalidad y legalidad del modelo paramilitar que llegó hasta proponerse poner un fiscal de bolsillo, funcional a los intereses de poder político y económicos atados al conflicto como pareciera haber ocurrido con la elección de Mario Iguarán (y de algún otro) en el que participaron cerebros financieros como el del empresario Luis Gallo, para construir con una arquitectura perfecta un sofisticado edificio que se creyó nunca se desplomaría, pero que los testimonios en la JEP y no la justicia ordinaria como ha debido suceder, empiezan a hacerlo tambalear. La verdad empieza a salir a la luz de una manera tan contundente que los protagonistas incluidos los de muy alto turmequé, se han acogido uno a uno a la JEP, que en una interpretación llana, significa aceptar responsabilidades.

Quienes acudan al tribunal de la JEP tendrán la oportunidad de liberarse de toneladas de culpa y de responsabilidad y si es del caso, pagar un máximo de cinco años de castigo en escenarios restaurativos, sin privación de libertad física como en las cárceles convencionales. Un rasero que se les aplica a todos los que han estado actuando empujados a realizar o aceptar acciones atroces. Este conflicto ha estado pleno a los caminos enlodados, turbios y siniestros en el que terminaron involucrados colombianos sencillos y pudientes; ingenuos y perversos; inocentes y culpables, muchos de los cuales quisieran sacudirse el tortuoso pasado y momentos oscuros, inexplicables e incluso misteriosos de la insondable condición humana. Una verdad que los colombianos necesitamos saber.
Sigue en Twitter @elvira_bonilla