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La sin salida de los ‘Ni Ni’

La solución más elemental, como respuesta a los comportamientos delictivos menores es “meterle la ley”, como dicen los muchachos.

27 de septiembre de 2018 Por: María Elvira Bonilla

La solución más elemental, como respuesta a los comportamientos delictivos menores es “meterle la ley”, como dicen los muchachos. Cuando la policía empiece a detenerlos fumándose un porro de marihuana en el calle o en el parque o portando una dosis mínima –que es legal- en el morral o apremien las batidas en los barrios populares donde abundan los desocupados parados en cada esquina, no va a haber cárcel para tanta gente.

Entre todos esos jóvenes están los ‘Ni Ni’ –ni estudio, ni trabajo-, como son los millones que malviven en el campo y la ciudad. El problema, aunque suena a lugar común, es mucho más de fondo y no solo tiene que ver con el consumo, sino con quienes están enganchados en el microtráfico, los que terminan como carne de cañón para cualquier grupo armado de tantos que aparecen nuevos cada día, y también el alimento de las bandas de sicarios que contratan para disparar a destajo.

Da vergüenza que como sociedad colombiana no seamos capaces de dar alternativas a quienes empiezan la vida, en el momento en el que todo debería ser futuro; en educación y trabajo, en oportunidades, precisamente para evitar el abismo de la delincuencia.

Conocí de primera mano el proyecto ‘La legión del afecto’, una iniciativa que apoyo ampliamente y a fondo y a Luis Alfonso Hoyos en Acción Social -que pasó a convertirse en el DPS dirigido ahora por Susana Correa- en el gobierno de Álvaro Uribe. Un programa de gran impacto en las comunidades pobres del país que con gran audacia no solo le arrebató miles de muchachos a la guerra sino que derrotó la desesperanza.

Miles de jóvenes fueron descubriendo cómo su creatividad era el más poderoso y valioso motor de vida y que enrutándola podía convertirse en un camino cierto para integrarse socialmente y derrotar la amargura de la marginalidad y el resentimiento.

Provenientes de las barriadas más humildes y descompuestas de Colombia, recorrían las zonas de guerra, donde nadie llegaba por temor o desconfianza. No llevaban otra cosa que alegría y afecto y se comunicaban con lo mejor que casi todo joven sabe hacer: cantar, bailar, danzar, actuar, jugar con malabares y mimos, con zancos y disfraces, recreando tradiciones e historias infantiles que conectaban con sus coetáneos para invitarlos a no engrosar ejércitos armados ni dejarse ahogar por la droga y lograban empoderados, sacarle el quite a la muerte criminal.

Los recursos públicos estaban dirigidos a recuperar vidas juveniles y a abrir horizontes. Apoyaban los desplazamientos y las actividades pero también se daba un pequeño subsidio, un reconocimiento entendido como un ingreso social que además de estímulo aligeraba en algo la carga familiar, construyéndole las primeras barreras a la ilegalidad.

Constaté con certeza lo asertiva que resultaba ser la metodología arrojando resultados tangibles pero además descubrí que detrás de tanto joven satanizado, presentado como un peso y una amenaza social, lo que hay es un potencial de vida que podría convertirse en la gran fuerza de transformadora para Colombia.

Son 14 millones quienes tienen menos de 30 años y entre ellos está el gran ejercito de ‘Ni Ni’ que antes que un estorbo debería ser visto como la gran apuesta del país. Los anuncios punitivos de Duque son, por decir lo menos, decepcionantes.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla