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La política desvencijada

Un panorama desolador que tiene a la política arrastrada con sus prácticas corruptoras corroyendo la democracia en un momento crítico para salir del lodo de la violencia y proyectarse como un país dinámico, moderno y en paz.

24 de noviembre de 2017 Por: María Elvira Bonilla

En una de las cadenas de mensajes que se comparten por Whatsapp circula una cruda descripción de los privilegios que tienen los congresistas que ofende por su precario comportamiento, indisciplina y falta de rigor de buena parte de ellos, como lo suelen mostrar y últimamente y para no ir muy lejos en el atropellado trámite de la ley que reglamenta la Justicia Especial para la Paz, columna vertebral del Acuerdo de La Habana. La información que está circulando reconfirma la percepción negativa que tiene el país del Congreso, que lo coloca como la institución más desprestigiada de todas.

En el mensaje aparece un listado de gabelas laborales. El enunciado dice así: Miren la ‘actividad’ de un congresista: gana 42 salarios mínimos; trabaja 12 días y le pagan 30; trabaja 7 meses y le pagan 12; si no asiste al trabajo, no pasa nada; le pagan el apartamento en el que permanece 3 días a la semana en Bogotá; le pagan los escoltas; le pagan el vehículo que usa en Bogotá y le suministran otro para desplazarse en su ciudad de origen; le pagan la gasolina; le pagan el celular; dispone de 50 salarios mínimos para contratar ‘asesores’ para su UTL –Unidad Técnica Legislativa-; le pagan una prima técnica, además de primas en junio y diciembre; se pensiona con $ 28 millones; le dan 8 tiquetes de avión por mes; se puede reelegir indefinidamente, el mejor ejemplo es el octogenario Roberto Gerlein que ha superado todos los récords.

Y lo más grotesco: ellos mismos son los encargados de definir sus privilegiadas condiciones laborales que sistemáticamente se han opuesto a recortar y cada vez que se ha intentado debatir el ingreso de los congresistas y solicitar una rebaja de sueldos y sanción económica al ausentismo, en lo que ha insistido la senadora Claudia López, sabotean la discusión porque tienen en sus manos el privilegio de legislar para sí mismos.

El baile de los millones que veremos en las próximas elecciones legislativas de marzo del 2018 pondrán nuevamente en evidencia que llegar al Congreso es ante todo un negocio que alimenta el ventajismo individual tendido además, en muchos casos, como una inversión que se recupera con creces a través de contratos y de los llamados cupos indicativos; la mermelada con que la Casa de Nariño engrasa para lograr las mayorías, que opera a la postre como un vil chantaje.

A esto hay que juntarle el desfonde de los partidos políticos. La debacle de la consulta liberal para elegir candidato es solo un ejemplo que enterró los años de gloria del Partido Liberal y puso de nuevo a tambalear el liderazgo de César Gaviria como ya había ocurrido con la derrota del Plebiscito por la paz, cuando ejerció como tambor mayor. Una crisis bastante generalizada y que ha tomado forma en la multiplicación de candidatos por firmas y que tiene más 50 personas en disputa por la Presidencia de Colombia. Y lo legislativo es el universo del oportunismo circunstancial en el que cada quien busca su acomodo con cálculo sin consideración alguna de convicciones, ni programas, ni compromiso alguno; con la chequera por delante.

Un panorama desolador que tiene a la política arrastrada con sus prácticas corruptoras corroyendo la democracia en un momento crítico para salir del lodo de la violencia y proyectarse como un país dinámico, moderno y en paz.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla