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La nueva utopía

Leonardo Padura es un hombre triste. Su rostro, casi sombrío, sintetiza muchas...

3 de febrero de 2017 Por: María Elvira Bonilla

Leonardo Padura es un hombre triste. Su rostro, casi sombrío, sintetiza muchas vidas. Es la tristeza agazapada que los cubanos batallan con música, oralidad, creatividad, palabras bien escritas. Arrastran la tristeza de la desilusión.La misma que los cubanos viven cotidianamente y que se respira en la Isla. Padura creció con el sueño del proyecto socialista como paradigma, regido por la idea de igualdad, del hombre nuevo guevarista en una sociedad que entonces tenía un propósito colectivo que alimentaba el alma cubana para enfrentar la adversidad hasta con alegría. Pero ya no. Todo finalmente terminó aplastado por el totalitarismo y la ausencia de libertad. El totalitarismo de un Estado controlador y dueño del trabajo, del estudio, del deseo, del alma de la gente. De la palabra, de la información, de la comunicación y entonces aprendieron a leer el periódico -el que el Estado permite que circule- en silencio, sin comentar. E hicieron del miedo una coraza protectora pero también opresiva que galopa desbocado por la isla. Una frustración similar, alimentada de la misma decepción se percibe, se siente, se toca sin mencionarse explícitamente -el miedo enseña a callar- entre la guerrilla de las Farc. Para quienes empuñaron las armas movidos por un ideal, el ideal levantado sobre los mismos cimientos del socialismo castrista y la construcción de un país con justicia social como se repite y constaba en el libreto original de la militancia de izquierda de los años 60 y 70 -antes de la introducción de la variable narcotráfico en la realidad colombiana y de la guerrilla-, el saldo final no parece promisorio. Nadie lo dice pero muchos lo piensan. Las Farc, después de 4 años de un apretado tira y afloje, de idas y venidas, de posiciones radicales que fueron cediendo, de la derrota del plebiscito por la paz, firmaron el Acuerdo con el gobierno Santos el 14 de noviembre en el Teatro Colón. En una ceremonia que me atrevo a calificar de sombría, de caras largas, como quien camina hacia la incertidumbre. Me atrevo a decir, las Farc avanzan hacia la vida civil, pero sin ilusión. Sin alegría, con la conciencia pesada y silenciosa de una lucha que no alcanzó su propósito. Una lucha que intentó, fallidamente, tomar una forma acabada en el país de Padura, frente al que el gran escritor confiesa afecto y distancia. Cuba fue un laboratorio que desde los años 70 movilizó el entusiasmo de miles de jóvenes logrando colocar en el imaginario universal muchas referencias a la Revolución Cubana empezando por el Che con su boina y tabaco, mil veces impresa en camisetas y cachuchas, pero además atraer a voluntarios de todo el mundo a apoyar las campañas de alfabetización a lo largo y ancho de la Isla, y las zafras, como aquellas mítica de los 10 millones que buscaba la ambiciosa meta que les permitiría alcanzar un tímido despegue económico. Fueron miles los muchachos de disímiles países los que llegaron con su aporte solidario de fuerza e idealismo a apostarle a un sueño que se había vuelto universal. Un sueño que no fue. Leonardo Padura en la conversación con Héctor Abad en el Hay Festival de Cartagena, no escondió su decepción. Habló pausadamente sin ambages, hasta concluir con humildad: Tenemos que construir una nueva utopía. La necesita el mundo, todo. Y tiene razón.Sigue en Twitter @elvira_bonilla