La llave del Obispo
La desconfianza institucional es absoluta y todo lo que venga de los gobiernos nacional y locales termina rechazado así que la Iglesia ha tenido que trazar una hoja de ruta con base a la confianza interpersonal.
La casa sencilla de Monseñor Darío Monsalve en un barrio popular en el sur de Cali se ha convertido en paso obligado para intentar descifrar la explosión social y encontrar claves hacia una salida. Allí llegan funcionarios públicos, ministros, enviados por el presidente Duque, escuchan, hacen reuniones, anuncios y se van. Recibe también llamadas de dirigentes políticos nacionales a los que informa pero con los que mantiene reserva y cautela, para evitar contaminación.
Y tienen razón en buscarlo, porque Monseñor Monsalve completa diez años sudándola, caminando las barriadas populares, las mismas donde ha brotado este grito de protesta, desordenado y caótico, -y violento en algunos casos- que toca leer bien para encontrar soluciones adecuadas. Las fórmulas macro sacadas del cubilete de la burocracia bogotana pueden terminar estorbando.
El arzobispo conoce a los protagonistas, los líderes barriales, sus familias, las ha acompañado en las malas, que no le son ajenas, y lo más importante: genera confianza. Los recibe en su casa, y entre todos busca fórmulas para avanzar.
La crisis de Cali supera el análisis de las causas en simplemente en la inequidad económica y desigualdad social; la mirada convencional de pobres contra ricos, de malos y buenos, de ilegales y legales se queda corta. Todo pareciera inédito, desafiante y complejo y no se limita a bombear, como sacados del sombrero, recursos presupuestales para apagar el incendio, con ejecuciones burocráticas orientadas por los tecnócratas sociales.
La desconfianza institucional es absoluta y todo lo que venga de los gobiernos nacional y locales termina rechazado así que la Iglesia ha tenido que trazar una hoja de ruta con base a la confianza interpersonal.
Un ejercicio paciente y de horas de escucha, construido sobre la base de la consigna: Concertación Si, confrontación No. Esta vez quienes protagonizan las protestas y los bloqueos, quienes conforman las resistencias en los barrios buscan dejar de ser invisibles y tenidos en cuenta en la solución. Ser escuchados. Se ha logrado por lo menos construir una interlocución entre movimiento de voces dispersas: la Unión de Resistencia de Cali (URC), que reúne los 25 puntos del paro, que llaman puntos de resistencia donde han operado los bloqueos y cubre toda la geografía urbana de Cali.
El desafío lograr descifrar y concretar demandas de 20.000 jóvenes desescolarizados, de los cuales al menos 5000 han sido marginados de todo, quienes como ellos mismos dicen no tienen nada que perder, y para quienes las barricadas terminan siendo una ganancia, de empoderamiento y la visibilización buscada. Esto vuelve complicados y efímeros los exclusivos despejes por la fuerza y que solo la concertación con cimientos firmes, concreta y cierta sea una solución a largo plazo que con permanencia cambiará el clima social de la ciudad.
Y allí la confianza que siembra un ejercicio pastoral con la gente a lo largo de años cuenta, así muchos no gusten del arzobispo y los incomode. Habla claro, sin ambages, y como el Papa Francisco desde el Vaticano, le apuesta a la justicia social y llega incluso hasta acompañar estas luchas que han tomado la forma de un polvorín social que a pesar de lo traumático, de manejarse bien, podría ser también una oportunidad de transformación para la ciudad de Cali.
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