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La lección de Duque

Duque logró una convocatoria inédita, de antagonistas sentados en una gran mesa intentando puntos de acuerdo, en contravía al debate de la polarización y los odios enconados.

30 de agosto de 2018 Por: María Elvira Bonilla

La positiva y rápida reacción de Iván Duque frente a los más de 11,5 millones de votos de la Consulta Anticorrupción fue ejemplar. No se puso con bobadas de tecnicismos ni discusiones bizantinas de si se había alcanzado el umbral para volver válido el resultado o si habían faltado centavos para el peso. El Presidente, muy bien sentado en la silla, supo leer y entendió el latigazo ciudadano y actuó como todo un jefe de Estado, sin sectarismo, sin miopía, sin fanatismo partidista, sin mezquindades.

Se sintonizó con la rabia e indignación que recorren el país por el desborde de la corrupción, la politiquería y la ilegalidad y marcó distancia incluso de su partido, el Centro Democrático, y del jefe Álvaro Uribe. Cantó su voto de apoyo a la Consulta y se estrenó con una breve alocución reconociendo el avasallador resultado y habló de un gran pacto nacional contra el cáncer que carcome a Colombia. Pero su independencia no se quedó allí, madrugó el 28 de agosto a llamar a la promotora Claudia López y convocar a la brevedad una cumbre de dirigentes políticos para unificar la agenda legislativa.

Duque logró una convocatoria inédita, de antagonistas sentados en una gran mesa intentando puntos de acuerdo, en contravía al debate de la polarización y los odios enconados. Habría sido difícil de imaginarse la foto del pasado miércoles en la noche, Timoleón Jiménez -‘Timochenko’- y Paloma Valencia, Petro, César Gaviria, Claudia López juntos, oyéndose. Sí, escuchándose. De eso se trata la alta política, y saldrá sin duda una agenda conservada a la que no será fácil hacerle zancadilla en el Congreso.

El contraste con Juan Manuel Santos y el manejo que le dio a la negociación y al Acuerdo de Paz con las Farc, es abrumador. Nunca logró convocar al país y por el contrario, lo dividió. No aprovechó la inesperada circunstancia para él, del triunfo del No en el Plebiscito, y sentar a la mesa a los contradictores a ponerse de acuerdo y superar las diferencias. Santos se limitó a llamar a una reunión formal y efímera en Palacio que no pasó a mayores.

Qué distinto habría sido una cumbre en La Habana, presidida por el presidente Santos con los negociadores de las Farc, el expresidente Uribe y los voceros del No para convenir ajustes sobre las diferencias, mirándose a la cara, hasta llegar a un acuerdo final concertado, con el respaldo político necesario para asegurar trámite parlamentario.
Se sabe que el expresidente Uribe le había dado instrucciones a dos representantes suyos para viajar a La Habana a dialogar con la guerrilla, pero el Presidente no lo autorizó, insistiendo en delegar la negociación de manera secreta, en manos de un puñado de iluminados. Estas actitudes de falta de grandeza y visión terminan siendo el termómetro de los gobernantes y en esto Santos se rajó, con nefastos resultados ya conocidos. La herencia de un país fracturado y roto.

La obsesión del Premio Nobel de Paz de Santos, contaminado de personalismos y sofocado de vanidad, opacó una oportunidad de oro que habría logrado, como lo ha demostrado Duque con la corrupción, unir al país alrededor de la paz.

Adenda:
Los miles de venezolanos mendigando en las calles con precarias ventas callejeras, además de la presión en la frontera, expresan un problema demasiado grave que hay que enfrentar sin atropello pero con firmeza.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla