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La efectividad de la estupidez

A punta de barbaridades y de restregar su éxito económico, de...

17 de julio de 2015 Por: María Elvira Bonilla

A punta de barbaridades y de restregar su éxito económico, de lujos y de excesos, Donald Trump puede convertirse en el candidato del Partido Republicano para pelearse la Presidencia de Estados Unidos el año entrante. Sus afirmaciones ofensivas contra los emigrantes mexicanos permitieron salir a la superficie un sentimiento clasista y racista que está presente en una buena parte de los norteamericanos que ven en la población latina, creciente y vigorosa como ninguna otra, una fuerza de trabajo necesaria y barata que no piensan integrar socialmente. De allí que expresiones como las de Trump, “ellos (los mexicanos, son 12 millones en EE.UU.), traen la droga, el crimen; ellos son violadores y etc., etc. (...), aunque algunos son buena gente”, generaron el rechazo entre compañías mexicanas que le cancelaron contratos pero también lo catapultaron políticamente.Trump aprovechó el eco mediático y la receptividad entre amplios sectores para lanzar su campaña presidencial logrando colocarse en el primer lugar por encima de Jeb Bush entre los Republicanos, logrando borrar del mapa por el momento a los demás contendores y por cuenta del rédito político obtenido, su lenguaje y sus opiniones sin filtro alguno están cada vez más desbordadas.Estados Unidos sigue siendo un país fragmentado con profundas divisiones sin superar. La población afro continúa básicamente excluida. Se convive, se tolera, resulta inaceptable cualquier comportamiento o reflejo racista pero claramente, solo una minoría logra romper barreras incluso geográficas que son evidentes sobre todo en algunas regiones como la de New England, donde se dio el histórico poblamiento inglés que dio vida a la nación norteamericana. La página negra del siglo de esclavitud de la que prefiere no hablarse, pesa. Avergüenza lo bajo que puede llegar la condición humana. Los negros y los latinos son los pobres en un país donde la plata es el termómetro del éxito. Una aspiración generalizada que ha tomado forma, de manera explícita y de una manera casi que vulgar, en el discurso de Trump quien con un lenguaje directo, sin tapujos ni aspavientos, sin aquello que llaman políticamente correcto le ha abierto el camino en la carrera presidencial, forzando a los demás precandidatos a hablar de temas incómodos que tocan fibras sensibles, o a callar. Trump no viene del mundo de la política, quiere el poder según dice para enderezarle el rumbo al país y que todos, menos los latinos y los negros, se parezcan a él, a su visión tonta y simplista del mundo, a la chata mirada de un nuevo rico. Personajes como Trump, con su peluca y su imagen popularizada en un reality show y muchos dolares en el bolsillo por cuenta de la especulación, especialmente el negocio de finca raíz, pueden irrumpir fácilmente en la política en estos tiempos en los que la gente quiere escuchar con fórmulas simplistas pero efectivas a la hora de comunicar. Ha logrado además que no lo vean como un político sino como un hombre del montón que reivindica el lenguaje directo y sin eufemismos, contrario al discurso elusivo y baboso que se ha tomado el discurso en todo el mundo, confirmando que en estos tiempos la estupidez tiene un lugar muy bien ganado.