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La degradación del poder

De las cosas que rescato de estos días de encierro es la posibilidad de tener tiempo para leer. Y no en función de urgencias informativas ni de novedades sino libros que estaban a la espera de que les llegara la hora

7 de mayo de 2020 Por: María Elvira Bonilla

De las cosas que rescato de estos días de encierro es la posibilidad de tener tiempo para leer. Y no en función de urgencias informativas ni de novedades sino libros que estaban a la espera de que les llegara la hora. Lo cierto es que uno compra libros, a veces casi por vicio, en cualquier librería o por el infalible Amazon y se guardan. Me ocurrió con un relato histórico, muy original que además de disfrutarlo, me ha hecho pensar: Seneca en la corte de Nerón.

Seneca, el gran filósofo agnóstico, no solo fue testigo de las manipulaciones calculadas con unos cuantos asesinatos discretos por envenenamiento o escándalos con sangre de por medio para abrirle camino dentro de la corte romana a un jovencito llamado Nerón sino que contribuyó con su inteligencia y elocuencia verbal a entronizarlo. Supo racionalizar y confundir con lucidez justificatoria, con cinismo, todas las actuaciones rodeadas de malidicencia, odio, traición, venganza y ambición desbocada. Movidas perversas, calculadas y malévolas con las que el joven Nerón contribuyó sin proponérselo, como ocurre con los gobernantes, a profundizar la decadencia del imperio romano. Ya habían dejado su huella Tiberio, Calígula, Claudio…

Resulta increíble constatar cómo Seneca, uno de los cerebros más brillantes de la época, no solo le acolitó a Nerón la orden de asesinar a puñal a su madre Agripina quien en su obsesión paranoica la percibió como amenaza a su reino, sino que con su fina retórica plagada de sofismas, es decir mentiras, el filósofo justificó el impensable matricidio.
A Agripina tampoco le había temblado la mano a la hora de envenenar a su propio esposo, el emperador Claudio, para asegurarle la sucesión a su hijo Nerón y atravesársele al heredero legítimo Británico quien también terminó envenenado por Nerón. Este despliegue de degradación humana acompañada de lujuria y derroche -como ocurre siempre- se dio en escasos tres años.

Nerón tenía solo 23 años, impreparado y precario para amasar tal poderío. Su destino estaba marcado: la locura. Fueron catorce años de desvarío autoritario haciendo de su historia uno de los casos de mayor obsesión demencial que nada ni nadie lograron atajar. El propio Seneca, su maestro de todas las horas, terminó traicionándose a sí mismo, contagiado por la ambición de riqueza, sin salida distinta a la de ingerir cianuro como tantos que rodearon la corte de Nerón. Se trata de un gran relato sobre el poder, la pérdida de perspectiva, la destrucción del bien común como propósito y codicia desbocada que da rienda suelta a la crueldad, el atropello, la arbitrariedad que finalmente termina en la devastación y el entierro del poder por el que se luchó.

Reflejos de comportamientos indeseables, de empecinamiento y autoritarismo necio han empezado a verse entre gobernantes contemporáneos frente al desafío de enfrentar de esta pandemia que tomó a todo el mundo por sorpresa. Una crisis monumental que en 45 días puso en jaque los sistemas de salud y la supervivencia, la cultura construida alrededor del relacionamiento social y el sistema económico.

Un inesperado remezón que dejó patas arriba planes de vida personal y globales y que podría estarse encarnando en un desesperado Donald Trump, el canto del cisne del gran imperio norteamericano.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla