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Insisto: ¡Pobre James!

En mayo del año pasado escribí una columna en este mismo espacio...

22 de enero de 2016 Por: María Elvira Bonilla

En mayo del año pasado escribí una columna en este mismo espacio titulado ¡Pobre James! Difícil recibir más palo del que me llegó por todos los conductos posibles, que son innumerables en este universo de redes sociales, comentarios virtuales, retomas mediáticas. Llovieron las críticas y los señalamientos ofensivos. Lo cierto es que resulté pitonisa. Y las cosas en realidad han salido peor y mucho más veloces de lo anticipado hace ochos meses. El éxito emborrachó a James Rodríguez. El campanazo resultó premonitorio. Llegó a la cumbre del éxito futbolístico en septiembre del 2014, cuando dos meses después de su brillo en el Mundial del Brasil, lo tocó la chequera mágica del oscuro Florentino Pérez con una remuneración cercana al millón de dólares mensuales para formar parte del Real Madrid. A pesar de lo descomunal de la oferta, el joven talento se mantuvo centrado, eficaz con su juego. Era una estrella en ascenso frente a los ojos del mundo con los bolsillos cada vez más llenos de dólares por el balón y la publicidad. Las primeras vacaciones europeas en la cima fueron la prueba de fuego. Y no la pasó. En septiembre del año pasado, de regreso del verano español y colombiano, llegó con un sobrepeso de 7 kilos, fatal para un deportista, y picado de la soberbia de quienes tocan la fama, cometió la primera falta disciplinaria que apuntó el técnico Rafael Benítez, al presentarse cinco días tarde a la concentración. Y el cuerpo acusó el castigo con la primera lesión muscular que lo sacó de la cancha dos semanas, para rematar con una incapacidad de dos meses producto del golpe en el Perú. La estrella comenzó a opacarse hasta terminar más tiempo en la banca que en la cancha, sin que el nuevo director técnico Zidane modificara la situación que parece agravarse. James cayó en la trampa. De la que puede salirse con lucidez y disciplina. Lo cierto es que terminó atrapado por las aves de rapiña, los mercanchifles que supieron lucrarse de su talento, su figura, su ingenuidad de nuevo millonario. Lo ahogaron las propuestas de publicidad que aceptó sin resquemores, zapatos, guayos, camisetas, calzoncillos, alimentos con el fin de construir un ícono para niños y jóvenes especialmente colombianos. El extraño mundo de las mansiones de mil metros 2,5 millones y 6 millones de euros en el sector La Finca en Madrid dejaron de parecerle ajenas y la compañía de otros futbolistas confundidos y personajes de la farándula, rodeado de frivolidad pasaron a ser su círculo inmediato. La nueva vida resultó tóxica para James. Ver a aquel muchacho fresco y alegre, alguna vez sencillo envuelto en chismes de faldas y modelos, en Audis a 200 kilómetros por horas, en rumbas en las discotecas de moda como el Teatro Barceló y Opium –cuando no se tomaba un trago-, desbordado por los millones y un efímero éxito que no duró más de una temporada, da pena. Sin querer ser ave de mal agüero la recuperación de su senda no parece fácil. Es triste enfrentarse al desinfle de una esperanza colectiva que ha ido dejando de ser una referencia enaltecedora que tanto urge en este mundo que pide a gritos existencias inspiradoras. Por eso insisto: ¡Pobre James! ¡Pobre Colombia!