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Estigmatizar ¿para qué?

No hay nada más sencillo para la mente humana que el razonamiento...

19 de julio de 2013 Por: María Elvira Bonilla

No hay nada más sencillo para la mente humana que el razonamiento maniqueo. Lo hace en automático. Y con una facilidad pasmosa, a punta de clichés, se descalifica al contradictor en un intento por aniquilarlo. Se estigmatiza. Es la negación de la dialéctica y del pensamiento complejo. Una práctica que se ha impuesto en la discusión política en el país. Los prejuicios ahogan el diálogo fructífero y productivo. Uno de los escenarios donde es más común este comportamiento es frente a los conflictos sociales. Se da una suerte de satanización del descontento. Los lideres suelen ser señalados como infiltrados o manipulados por la guerrilla. Las protestas o las huelgas y sus voceros terminan presos de todo tipo de señalamientos. Un ejemplo claro ha sido el caso del Catatumbo en el que se ha hecho oído sordos a los móviles de la protesta de una comunidad marginada cuyas peticiones coinciden al pie de la letra con las de los manifestantes de hace quince años cuando la masivas marchas cocaleras del gobierno Samper. La denuncia de infiltración por parte de las Farc se repiten. Y si, es un hecho. Su presencia es innegable en los pueblos y cada guerrillero tiene su familia que habita en la zona, igual ocurre con los 250 municipios del país donde aún la guerrilla ocupa el espacio que el Estado ha abandonado. Las Farc han estado allí desde siempre, con los colonos que han ocupado los extensos territorios, que eran tierra de nadie. Son datos fácticos, realidades que hay que cambiar pero cuya transformación no depende del señalamiento, de la estigmatización, de la inútil satanización. De nada sirve que tilden a los líderes de las protestas de ser simpatizantes de las Farc. Al fin y al cabo son los voceros que la gente de la región reconoce y quiere. Más vale reconocerlos y respetarlos como interlocutores válidos y no aislarlos y descalificarlos. La estrategia del ejército que copiaron sin filtro alguno distintos medios de comunicación de descalificar a un hombre con el liderazgo de un César Jerez dentro del campesinado colombiano, revelando al unísono correos salidos de los computadores de Raúl Reyes y el Mono Jojoy, no sirvió para nada distinto a sembrar desconfianza, resentimiento, rabia y radicalizar la protesta. Una desconfianza que ha cerrado finalmente el camino del diálogo. El Catatumbo ha estado históricamente desatendido. Como cuenta el periodista Iván Gallo, a Tibú le pasó lo de muchos lugares que por su riqueza cayó sobre ellos una maldición. Los pocos pobladores que habitaban la zona se sorprendieron cuando en 1945 las máquinas de la Colombian Petroleum Company arrasaron con la selva y con sus improvisadas casas. Después del petróleo llegó la guerrilla y la coca que rodeo los asentamientos de El Tarra y La Gabarra. Y luego en 1999 los arrasó la crueldad y la matazón paramilitar. La gente del Catatumbo tiene razones para protestar y buscar ser oída. Una dirigencia lúcida, un Presidente con convicciones, una ciudadanía capaz de entender los problemas del otro, de los otros, sin deslegitimarlos, encontraría alternativas inteligentes para salir del lodo en el que el país se ha ido enterrando. Sin estigmatizar a nadie, una práctica que bien poco ayuda y es mucho el daño que hace.