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El pobre diablo

Donald Trump tiene todos los ingredientes para ser considerado, en estos tiempos, un hombre de éxito. Billones, fama, poder. Pero es un miserable. Miserable, con M mayúscula.

21 de diciembre de 2017 Por: María Elvira Bonilla

Donald Trump tiene todos los ingredientes para ser considerado, en estos tiempos, un hombre de éxito. Billones, fama, poder. Pero es un miserable. Miserable, con M mayúscula.

Cierra el año, un año negro para millones de personas en el mundo que han padecido en carne propia y con sus familias, las decisiones arbitrarias, unilaterales y testarudas de este todo poderoso gobernante del mundo, peor de lo que comenzó.

En un espectáculo aberrante de chantaje a los países miembros de las Naciones Unidas advirtió que tomaría nota de quienes votaran en contra de su decisión de instalar la embajada de EE.UU. en Jerusalén; Santos cedió al chantaje y Colombia se abstuvo de votar junto a otros 35 países mientras 124 se pararon y le dijeron No. Igual, seguirá adelante como lo advirtió.

La inocultable satisfacción con su provocadora y cínica sonrisa y el anuncio triunfal de la Casa Blanca por la aprobación de una reforma tributaria que les recorta los impuestos a los más ricos de los ricos es reveladora de sus propósitos perversos. Favoreció a los billonarios dueños de las corporaciones, a sus amigotes del golf, en detrimento de una clase media ya de por sí golpeada, mucha de la cual votó por él y de la inversión social que había tomado una dinámica importante.

Y acabó, por encima de la decisión legislativa, con la reforma de salud -el Obamacare-, que el propio presidente Obama consideró siempre su mayor logro social de cara a los millones de desprotegidos de los servicios de salud.

Y destruyó el futuro de los soñadores, aquellos muchachos nacidos en Estados Unidos de padres emigrantes, que tenían acceso a los derechos de cualquier ciudadano norteamericano

Y recortó al límite los subsidios en educación y vivienda y las ayudas alimentarias a los más necesitados y paupérrimos.

Y ensañado persigue metro a metro, en estaciones de bus, de tren; en aeropuertos, a la salida de las escuelas, a los inmigrantes que terminan buscando protección en las iglesias o reducidos a sus apartamentos aterrorizados de pisar la calle y castiga con recortes presupuestales a las Ciudades Santuario que los acogen.

Y no disimula su desprecio por los pobres, los afros, los latinos, los más vulnerables y débiles para defender con desvergüenza la supremacía blanca. Ofende con palabras y gestos y premia con impunidad a jueces que han abusado de su poder para profundizar el odio.

Y juega a la guerra nuclear con Corea del Norte, desafiando a Xi Jinping, “el del pelo raro”, como lo denomina burlescamente, poniendo prueba el débil equilibrio del mundo.

Incendió el Oriente Medio no solo negando los derechos del pueblo palestino reconocidos casi que universalmente sino desbaratando el acuerdo con Irán que se había tejido con filigrana para contener el armamentismo nuclear.

Y liberó los controles para permitir la exploración descontrolada y voraz de hidrocarburos, incluidas las zonas protegidas de Alaska, indolente con las nefastas consecuencias del calentamiento global sobre el planeta, preocupaciones que considera retorica histérica de los ambientalistas.

Si a Donald Trump se le midiera con la vara alta propia del humanismo, del hombre renacentista, o del de la Ilustración, sin duda no sería más que un pobre diablo. Un infeliz.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla