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El mensajero

Recibí en el celular un mensaje de una amiga caleña que me...

2 de agosto de 2013 Por: María Elvira Bonilla

Recibí en el celular un mensaje de una amiga caleña que me cuestionaba por haber publicado en el portal que dirijo www.las2orillas.co, la información sobre el error en las medallas de los Juegos Mundiales. Su reclamo es lugar común repetido: ¿Por qué habiendo cosas positivas los periodistas insistimos en recalcar lo negativo? Equivocaciones de buena fe, errores humanos tal vez, pero también comportamientos reprochables, atropellos, abusos de poder, injusticias, ventajismo, actos de corrupción. Todo esto y mucho más cabe dentro de la gran sombrilla de ‘lo negativo’. Pensé entonces, que como ocurre siempre: la culpa la tiene el mensajero.El problema no son los hechos, tan infortunados como el caso de las medallas, sino en hablar de ellas. Esta visión acompaña desde siempre a la humanidad. En la antigüedad al portador de las malas nuevas le cortaban la cabeza. Así de drástico. Porque es mejor no conocer la verdad. Existe la falacia, ingenua, de que cuando las cosas no se mencionan, no suceden. Que es el mismo principio del avestruz, de esconder la cabeza para no ver. Pero no, la realidad es tozuda y muy por el contrario, todo termina sabiéndose. No es posible tapar el sol con las manos. ¿Habría sido posible ocultar un error que iba a estar en las manos de los 1.221 deportistas ganadores de las medallas? Imposible tapar un hecho de esa magnitud. Y fue precisamente uno de ellos, uno de los ganadores, quien a través de su cuenta de twitter se encargó de revelar, con fotografía incluida, el error. ¿No habría sido incluso más pedagógico reconocer anticipadamente el problema, salirle al paso y señalar los responsables directos de la chambonada que pasan por el supervisor del contrato y el mediocre contratista, si, el mediocre contratista, el único que por lo demás no ha dado la cara? “No le disparen al mensajero por revelar verdades incómodas” suplicó con lucidez Julian Assenge, el hombre de Wikileaks, antes de empezar su viacrucis judicial camino de la Embajada ecuatoriana en Londres donde lleva un año encerrado, porque, “en la carrera entre el secreto y la verdad, parece inevitable que la verdad siempre va a ganar”. Tanto Assenge como el joven soldado de 25 años Bradley Manning han pagado con sangre su audacia. El costo de la convicción que los llevó a revelar la verdad, sin medir las consecuencias, ha sido su libertad. Su vida. Tuvieron el valor de filtrar una información que desnudaba comportamientos no solo erráticos sino muchos perversos que pusieron en su momento en riesgo la vida de personas y de países. Los cables dejaron en evidencia la ausencia de principios y el pragmatismo destructor del poder. Y el poder de Washington reaccionó con furia y se propuso aplastarlos y especialmente al más débil de la cadena: al soldado Bradley Manning. Para intimidar, para producir terror. Bradley acaba de salvarse de ser acusado de “ayudar al enemigo”, pero morirá en la cárcel, sometido al rigor del aislamiento en una prisión militar. Estos ejemplos son extremos pero el día a día está lleno de decisiones que confirman que el periodismo, cuando se ejerce sin lagartería, es el peor oficio para hacer amigos. ¡Qué vaina!