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El fantasma del Caguán

Después de diez años regresé a San Vicente del Caguán, el corazón...

24 de febrero de 2012 Por: María Elvira Bonilla

Después de diez años regresé a San Vicente del Caguán, el corazón de la zona de despeje y de los fallidos diálogos de paz del gobierno del expresidente Andrés Pastrana con las Farc. El propósito del viaje fue cubrir la visita que realizó Juan Manuel Santos el miércoles pasado acompañado por sus ministros, en un acto de soberanía con el que quiso constatar, sin decirlo, que el despeje nunca fue una entrega territorial a las Farc. Habló desde el mismo lugar, en una tarima frente a la casa arzobispal donde monseñor Múnera desde entonces habita, donde el comandante de la guerrilla Manuel Marulanda dejó plantado a Pastrana y al país dejando la famosa silla vacía. Con la visita a San Vicente me queda claro, una vez más, que la satanización que se hizo del despeje y del intento presidencial de Andrés Pastrana por lograr un acuerdo con la guerrilla de las Farc, ha hecho carrera en el imaginario colectivo de la gente sin justificación alguna. Cubrí entonces como periodista de televisión los diálogos de paz y soy una convencida de que, por donde se les mire, fue un esfuerzo que valió la pena. La misma población así lo reconoce hoy. San Vicente del Caguán y las poblaciones del sur del país, del Meta y el Caquetá, donde se producía coca a raudales y entonces sí, a finales de los 90, eran controladas por las Farc a espaldas de Bogotá, no existían en la mente de los colombianos. Ni como realidad social y mucho menos como objeto de inversiones. Fueron décadas de asentamiento de la guerrilla en la zona, convertida en tierra de nadie, producto de una abrupta colonización que con su rudeza y violencia moldearon el territorio. El despeje que el Gobierno negoció con las Farc para iniciar los diálogos no fue otra cosa que el reconocimiento de una realidad que a la postre se convirtió en la oportunidad para que el Estado la retomara, como en efecto sucedió. La inversión en infraestructura y proyectos de desarrollo social es evidente. La permanencia de bases sociales de la guerrilla a través de milicianos en esta y muchas zonas rurales del territorio nacional es una realidad que los propios militares reconocen. Un fenómeno que no es nuevo y que estuvo igualmente presente durante el gobierno de Uribe, aunque se haya tratado de negar. Pero si algo logró Andrés Pastrana con los fallidos diálogos de paz, fue deslegitimar a las Farc como fuerza política en el nivel nacional e internacional. Y si en algo se equivocó la guerrilla fue en haber subestimado el momento para avanzar en la negociación de una agenda concreta que hubiera conducido a un acuerdo de paz cuando el país estaba dispuesto a acompañar al expresidente Pastrana. Lo que sí no se entiende es el silencio vergonzante de la dirigencia nacional que participó en este proceso al que el país le apostó. Un silencio que comparten el presidente Pastrana a la cabeza, sus comisionados Victor G. Ricardo y Camilo Gómez, además de los negociadores de altísimo nivel que participaron en éste, como si se tratara de un pecado del que hay que arrepentirse. Conocer la realidad actual del Caguán confirma que por más que el solo nombre se asimile a un endemoniado fantasma que gobierna amenazante el imaginario colectivo, el saldo final del proceso de paz es positivo y valdría la pena defenderlo.