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El efímero látigo

El coronavirus con la urgencia de la cuarentena ciudadana para detener su veloz contagio, ha sacado a relucir los rasgos autoritarios de muchos gobernantes.

23 de abril de 2020 Por: María Elvira Bonilla

El coronavirus con la urgencia de la cuarentena ciudadana para detener su veloz contagio, ha sacado a relucir los rasgos autoritarios de muchos gobernantes. El país que mostró un camino efectivo para el control de la epidemia fue China, un régimen autoritario alejado de la democracia occidental, donde la verticalidad, el secretismo y la vigilancia o mejor, el control meticuloso de las personas son características de su sistema de gobierno. El Estado ordena y garantiza que las órdenes se cumplan como se vio con los casi tres meses de aislamiento completo de Wuhan y su éxito en frenar la expansión del virus.

Este ejemplo es el de un sistema de gobierno, pero otro es el tema de los gobernantes y su talante a la hora de gobernar En esto la alcaldesa de Bogotá es la campeona. Puede estar tomando las decisiones correctas pero sin duda, su manejo de la crisis ha sacado a relucir un personalismo narcisista y antipático por decir lo menos hasta el punto en que las ayudas solidarias a los sin ingresos realizadas con recursos públicos y no exactamente salidos de su chequera personal, son entregados antecedidos por un “soy Claudia López… eres beneficiario de…”.

Se comunica en la primera persona del singular: yo ordeno, yo resuelvo, yo entrego, yo castigo a una ciudadanía convertida en rebaño obediente; órdenes que llegan aparejadas de un miedo mortal si se incumplen. El escenario que ha construido la alcaldesa para forzar la cuarentena es uno de terror: quien salga a la calle es un condenado a muerte por el coronavirus y prácticamente un asesino irresponsable con los suyos; ha llegado incluso a hablar de la máxima cantidad de entierros diarios que puede manejar Bogotá, 170. El miedo es una emoción cobarde y paralizante, efectiva aunque de una eficacia efímera y más cuando se trata de imponer un comportamiento extremo y antinatural, un aislamiento social a plazo indefinido según ha dicho, hasta que aparezca la vacuna.

Contrasta este estilo de gobernar y comunicar con el de la primera ministra de Nueva Zelandia, Jacinta Ardern. Sin desconocer las abismales diferencias culturales y de niveles educativos, el manejo que Ardern le ha dado a la crisis no solo ha sido ejemplar por los resultados obtenidos frente al control de la pandemia sino por su manera de lograrlo. Con una comunicación serena, humana, sin sobresaltos ni tono imperativo y dogmático, empática con la población, colocándose en los zapatos de quienes como ella deben someterse a la cuarentena, reconociendo las limitaciones y sacrificios que esta situación excepcional acarrea, ha logrado persuadir y convencer, sin látigo, para que los cambios perduren en el tiempo.

No creo que las acciones exclusivamente impositivas tengan la misma efectividad en el tiempo que unas presentadas con un sentido pedagógico -al estilo Mockus- y no intimidante. Una ruta que conduciría a aquello que en el fondo se requiere: el autocuidado consciente y responsable, un hábito indispensable para evitar el contagio en el largo plazo, ese sí mientras llega la vacuna. La lucha es contra una pandemia que llegó para quedarse un buen rato y lo único claro que es que si no se asume libre y responsablemente el cambio de comportamiento, no hay policía que alcance para encerrar a ocho millones de bogotanos.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla