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El Diomedes que hay que olvidar

No hay muerto malo dice el adagio, y es casi un tabú...

27 de diciembre de 2013 Por: María Elvira Bonilla

No hay muerto malo dice el adagio, y es casi un tabú referirse de manera negativa a quien ha partido, como si se tratara de una obligación social convertir los defectos, muchas veces despreciables, en virtudes. Y ese es el caso del canta autor vallenato Diomedes Díaz. Su despedida entre sollozos y gritos de histeria, canciones mil veces repetidas y trozos de entrevistas copó la televisión y la radio y dio para titulares de prensa durante más de tres días. Como si efectivamente se tratara de un ídolo o de un ser ejemplarizante. Pero que va, de eso nada. O mejor, todo lo contrario. Murió superado por los excesos. Su música que para los entusiastas del vallenato fue innovadora, creativa y de calidad quedará en la memoria, pero ojalá su vida no y entre pronto a los anales del olvido. Los cambios visibles de su rostro con la que buscaba esquivar la historia del muchacho ingenuo y campechano que creció en aquella perdida vereda del Cesar, La Junta se convirtieron en la inequívoca señal de los estragos que el dinero, la fama, el alcohol y la droga habían dejado. Diomedes Díaz con el repugnante machismo que desplegaba con vulgaridad en la tarima y por fuera de ésta, rodeado de jovencitas que envolvía con la seducción de sus canciones y la arrogancia que le dio para burlarse de todo, de las instituciones, de la justicia. Fue condenado a 12 años de cárcel por la muerte de la joven Doris Adriana Niño quien apareció como un deshecho humano con signos de violencia sexual en su cuerpo, abandonada en una carretera a donde fue tirada por sus escoltas después de una de sus parrandas. Pero tal como era de esperarse, logró que un juez de ejecución de penas de Valledupar le rebajara la sentencia a 6 años de la que finalmente pagó solo año y medio de cárcel. Sus escoltas también fueron condenados pero la impunidad ganó. Con una suma irrisoria de dinero creyó reparar a la familia Niño por daños morales y materiales para salir del problema, y retomar la música, la parranda. Y no solo siguió cantando, sin censura social ni cuestionamiento alguno. Regresó a las discotecas, a divertir mafiosos en fiestas exuberantes, entronizado en las parrandas de paracos improvisando canciones en las interminables horas de whisky y acordeón. Y para coronar aquella errática vida de amoralidad y disvarío, el canal RCN le ofreció protagonizar una serie de televisión en la que ya estaban trabajando, con lo cual Diomedes Díaz entrará a la galería de antihéroes que los dos canales de televisión han enaltecido con tanta complacencia, legitimándolos con falsos melodramas. Allí estará pues el cantautor vallenato transformado en ídolo, con sus excesos y sus decenas de hijos nacidos de aventuras engañosas, con una vida nueva armada alrededor de un libreto en el que muy seguramente el trágico episodio de la muerte violenta de Doris Adriana en su propia casa, será banalizado o recreado para que la joven víctima termine convertida en una provocadora fan que con su minifalda y sus escotes lo indujo al delito. Diomedes Díaz quedará inmortalizado junto a El Mexicano, El Capo y Las muñecas de la Mafia, Las fantásticas y el Cartel de los sapos, llevando confusión, como un aporte más de RCN y Caracol a la desmemoria del país.