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El circo del perdón

Esta semana, van dos pedidas de perdón de alto calibre. Ambos por excomandantes de las Farc:

8 de octubre de 2020 Por: María Elvira Bonilla

Esta semana, van dos pedidas de perdón de alto calibre. Ambos por excomandantes de las Farc: ‘Carlos Antonio Losada’ lideró la vocería Farc por el crimen del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado: “Yo ejecuté la orden de asesinarlo”, lo dice de frente, y luego ‘Pastor Alape’ hizo lo propio por el asesinato del entonces gobernador de Antioquia Guillermo Gaviria y su comisionado de paz Gilberto Echeverri. Lo hizo simbólicamente en el mismo recinto de la Asamblea de Antioquia, donde hace 17 años fue velado Gaviria.

‘Alape’, tomó la palabra en su condición del comandante del Bloque Isaías Guzmán que operaba en el occidente de Antioquia y del que dependían los guerrilleros que dispararon cuando escucharon el ruido del helicóptero del Ejército que se proponía rescatar a los secuestrados; Losada como jefe del Frente Antonio Nariño era responsable de las milicias en Bogotá, por cuyas actuaciones violentas le esperan aún muchos perdones por pedir.

Pero también por orden judicial pidió perdón el ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo en nombre de la Policía Nacional por sus atropellos y excesos en Bogotá por el uso excesivo de la fuerza policial en noviembre del año pasado; ya lo había hecho motu proprio para sacar la cara de una institución que sin duda tiene algunos miembros confundidos y desbocados que le disparan con armas de fuego a los civiles como ocurrió en los episodios de la negra noche bogotana del 9 de septiembre.

Perdones que no calan porque no son creíbles, como ha ocurrido con muchos otros en el pasado. Como el de Salvatore Mancuso, que no puedo olvidar, que hizo por televisión con la boca llena y con lágrima incluida. Lo siguieron unos cuantos paramilitares más.

Perdones forzados, sin arrepentimiento, como parte de una retórica verbal inútil y circunstancial que se ha entronizado por decisión de los jueces, más con sabor de castigo impuesto, en cuya sinceridad no se cree. Perdones discursivos con propósito político despojados de un compromiso de conciencia ni convencimiento personal. Por el contrario, creo que de dientes para dentro siguen justificando para sí, esos terribles hechos como productos de la guerra, desprovistos de cualquier otra consideración.

El perdón acaba en palabra vacía de todo sentido y propósito, que termina generando más bien rechazo y rabia; palabras gastadas pronunciadas con propósitos calculados u obligaciones judiciales. El perdón entendido seriamente es más un privado de sinceridad y humildad, que sale de corazón hacia quien se ha agredido, desprovisto de cualquier despliegue publicitario. Es un acto privado y personal, no un espectáculo público, mentiroso y casi que ofensivo a quienes supuestamente está dirigido.

No necesitamos más espectáculos frívolos de pedidas de perdón que nunca nos conducirá a aquello que la sociedad reclama: que los responsables digan la verdad a fondo. La verdad es el compromiso mayor de los firmantes del pacto de paz entre el gobierno Santos y la guerrilla de las Farc.

Y su escenario judicial en la JEP, donde habrá de impartirse una justicia subordinada a la verdad, rasero final para sentenciar las penas y que hasta el momento se ha movido con lentitud. Una verdad esquiva que va en sentido contrario de lo inane e hipócrita de una solicitud de perdón, forzada y pronunciada de dientes para fuera, que más que aportar oculta y enloda.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla