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El amor en tiempos de horror

El escritor mexicano Juan Rulfo, uno de los grandes de la literatura latinoamericana, escribió solamente dos libros: la novela ‘Pedro Páramo’ y los cuentos de ‘El Llano en llamas’.

21 de septiembre de 2017 Por: María Elvira Bonilla

El escritor mexicano Juan Rulfo, uno de los grandes de la literatura latinoamericana, escribió solamente dos libros: la novela ‘Pedro Páramo’ y los cuentos de ‘El Llano en llamas’. Ambas inmortales. La voz de sus personajes memorables retumban desde lo profundo de México, desde su ruralidad campesina e indígena de pueblo vencido que aún llora la derrota de la conquista española, pero que ha producido una identidad que los hace grandes. Grandes en la adversidad, como en estos duros días de tragedia natural -y humana-, y sólidos y fuertes para dinamizar cambios sociales como el de la Revolución Agraria de ‘Pancho’ Villa y Emiliano Zapata y generar procesos innovadores y creativos en el arte, la arquitectura y la literatura.

Después de más de 60 años de publicadas las menos de 300 páginas que conforman la obra de Juan Rulfo y 20 de su muerte, cuando a sus lectores no les había quedado más remedio que conformarse con releer, hasta en voz alta por su sonoridad, sus textos, aparecieron ‘Las cartas a Clara’. Una recopilación de la correspondencia a Clara Aparicio, su novia, el amor de su vida. Textos precisos y sencillos como todos los de Rulfo, ingenuos y espontáneos pero que además dan claves de la biografía de este misterioso autor, discreto y silencioso; enemigo de lo prolijo, de los excesos, los homenajes y las celebraciones.

Con estas 80 cartas, publicadas en su totalidad este año en México por la Editorial RM, se confirma lo ya sabido: los papeles de un gran escritor tienen siempre el carácter de documentos, documentos que les pertenecen a sus lectores como ocurre con los del género epistolar. La correspondencia comienza cuando Rulfo era un muchacho de 27 años que asustado dejaba Guadalajara para viajar a la capital; atrás quedaba su novia, la certeza única del mundo de soledades del orafanato en el que creció tras la muerte violenta de su padre cuando tenía cuatro años y la de su madre a los ocho, que le crearon esa conciencia del dolor que describe en una de sus cartas como “esa cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de la herida”. Cuando también le recuerda a Clara: “La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados”.

En un pasado ya lejano, una carta era pretexto para la charla y el juego, para la reflexión que matiza y la confesión que tiene largas consecuencias; para, en fin, la levedad y la profundidad. Era también el espacio del acuerdo cotidiano y de las aclaraciones más bien urgentes, dice Alberto Vidal en el prólogo. Las cartas eran parte esencial de la existencia de todo individuo. Estas se han acabado, abatidas irremediablemente por los correos eléctricos y últimamente los sintéticos ‘whatsapps’ que atropellan la intimidad, la reflexión y precipitan a la acción. Sin espacio alguno para la pausa, la palabra meditada, el adjetivo justo, el sentimiento preciso.

La emocionalidad ha ido quedando arrinconada y ni qué decir de la expresión afectiva, del amor, tan vapuleado, y que Juan Rulfo en este bello libro epistolar le devuelve todo el sentido. Cartas dulces y hasta cursis que contrastan con la rudeza de estos tiempos de horror y debacles; de egoísmo y racionalidad; mentiras, trampas y fanfarronería, cuya lectura es un bálsamo, un delicado vaho que reconcilia con la condición humana.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla