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Delirio, una euforia sin borrachera

Diez años después la sorpresa sigue intacta. Como aquella noche en la...

13 de mayo de 2016 Por: María Elvira Bonilla

Diez años después la sorpresa sigue intacta. Como aquella noche en la que se levantó el telón y arrancó la fiesta de Delirio. Entonces Cali era una ciudad acorralada por el miedo y la desconfianza, postrada por la herencia funesta del narcotráfico que había sido capaz de colarse por todas las ranuras de la sociedad. La carpa de Delirio, aparecía como una especie de remanso que remitía a algo que se creía perdido, a una ciudad soñaba.En un clima perfecto irrumpieron con fuerza bailarines y bailarinas; acróbatas que descendieron desde las alturas para con su destreza y creatividad, con su gracia y rompiendo barreras entronizarse en el alma de los presentes para constatar que en el alma apesadumbrada de cada caleño permanecía viva la alegría. Una alegría arrolladora y sincera presta a derrotar estigmatizaciones y resentimientos.Y el espectáculo comenzó y sigue comenzando desde hace diez años sin parar en un ambiente que remonta a esa tradición arraigada y democrática, sabrosa y popular, tan de los caleños. En la carpa de Delirio se borran los abismos sociales o raciales, los fanatismos enfrentados y las furias enconadas. Allí se respira armonía y entendimiento alrededor de la música que une, del ritmo que cuando no se aplaude con admiración, se disfruta el baile entre parejas o con el elenco de Delirio que se amalgamaban con soltura.Me sorprendió descubrir un espectáculo que lograba casi que milagrosamente integrar en una gran carpa de circo multitudes que durante tres horas dejaban de percibirse como extraños reafirmando la capacidad perenne de construir realidades colectivas que antaño marcó el espíritu caleño.Todo era grato. Había nacido Delirio y diez años después está allí más enraizado que nunca, sólido y sublime como en Melao la recién estrenada producción, que huele a caña y respira trópico mientras evoca música de antes y de siempre, bolero, son, salsa. Tantos ritmos que unen, tanta memoria emocional, racial, de costumbres que se mezclan y reafirma lo certera de la ruta trazada hace una década.Delirio no fue fruto ni de una inspiración ni del azar. Y así me lo constató Andrea Buenaventura, su directora. Es el resultado del trabajo persistente de observación e investigación, de adentrarse en las aguas subterráneas de la cultura caleña y lograr, con un trabajo de fondo sacar a la superficie lo más auténtico y profundo de esa fibra, esa acumulación de saberes y tradiciones que forman la vallecaucanidad; ese sentimiento caleño que ha sobrevivido a todo y que está asociado al movimiento, la ritmo, a la música, al agua, al edonismo, a la vida misma. Delirio conecta y como toda gran creación, con las emociones y no con la racionalidad; activa claves interiores y no verbales; estimula y entusiasma; invita al goce y al disfrute hasta lograr que todos se vayan de allí, con una sensación de euforia sin borrachera. Han sido también diez los montajes, uno cada año, que se renueva sobre el anclaje de un colectivo de 580 personas que se reúne ahora a contagiar de goce en una en una majestuosa carpa que se impone como un gran templo estético, contiguo al Centro de Eventos Valle del Pacifico, donde 200 bailarines recuerdan que la fiesta ha comenzado.Sigue en Twitter @elvira_bonilla