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¡Dejémonos de vainas!

Pasé hace algunos días una agradable tarde con la pintora María Teresa...

4 de octubre de 2013 Por: María Elvira Bonilla

Pasé hace algunos días una agradable tarde con la pintora María Teresa Negreiros en su terraza caleña, rodeada de las hojas verdes con las que intenta no dejar esfumar su lejana Amazonía. La selva, el agua y su tierra húmeda, el lodo con su vocería vegetal como diría Álvaro Mutis, presente en su obra y en su vida. Los recuerdos la atropellan, su llegada, ya lejana a Cali, pero sobre todo aquellos años en los que Cali era una fiesta. La fiesta de la cultura. Momentos históricos inolvidables. El Teatro Municipal se abrió al público en 1927 con la ópera Aida interpretada por la Compañía Bracale. Y por allí pasó la mejor zarzuela, Marianne Anderson, Berta Singerman, Nicanor Zabaleta, Claudio Arrau, Andrés Segovia, Arturo Rubinstein, el Ballet Robert Taylor, la Sinfónica de Moscú. Empezaba también la formación, con Antonio María Valencia a la cabeza, quien dejó la Scholla Cantorum de Paris y su promisorio futuro como concertista en los escenarios europeos, para regresar a Cali en 1933 y fundar el Conservatorio de Música, que lleva su nombre, al que se le anexaría luego la Escuela de Ballet dirigida por el italiano Giovanni Brinatti y la Escuela de Bellas Artes bajo la tutela del maestro yugoeslavo Roko Majecsic donde se formaron Hernando y Lucy Tejada y Édgar Negret, Omar Rayo, Pedro Alcántara Herrán, Éver Astudillo, Óscar Muñoz.Una siembra cuyos mejores frutos se cosecharon en la década 60 cuando floreció aquel movimiento cultural que recuerda María Teresa. Los nadaístas Jotamario Arbeláez, Élmer Valencia y Fanny Buitrago hicieron sentir su irreverencia. Óscar Collazos, Gustavo Álvarez, Fernando Cruz Kronfly, Umberto Valverde, empezaron a narrar con su inocultable sabor vernáculo y Enrique Buenaventura le dio vid al TEC, colocándolo en la vanguardia del movimiento de las artes escénicas. La Tertulia los acogió a María Teresa Negreiros, a Jan Bartlesman e inauguró la Bienal de Artes Gráficas cuyo testimonio de calidad quedó plasmado en la colección que conserva el Museo. Los famosos Festivales de Arte del verano que competían con el espectáculo de salsa decembrina que permitió afincar el ritmo en la cultura citadina con la fuerza que captó Andrés Caicedo. Cali, esa ciudad vital y creativa, con su luz única y su brisa acogedora que se atrevieron a recrear Carlos Mayolo y Luis Ospina y a preservar con el lente único de Fernell Franco. Todo esto ha sucedido aquí, en Cali. Tal como me lo refrescó María Teresa, con un generoso afán de no dejar pasar nada por alto. Lo que no sabía entonces era que me estaba llenando de argumentos para levantar mi voz de protesta frente al debate estéril de los últimos días que pisotea este pasado inolvidable y que el torrente de pugnas y rivalidades personalistas terminan ocultándolo. Un espectáculo de mezquindad y rapiña de presupuestos oficiales, de ofensas y de envidias, ajenos al talante de artistas y creadores que al final deja una estela de desesperanza que me obliga a decir ¡dejémonos de vainas! y retomemos el sendero promisorio en el que la cultura era factor de unidad y no de odio.