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Decepción con la gran potencia

Ni que decir de las inequidades sociales y económicas de los norteamericanos que han salido a flote en esta pandemia, mostrando unos bolsones de pobreza impensables en el país con la primera economía del mundo

25 de marzo de 2021 Por: María Elvira Bonilla

Si hay un país que la pandemia ha desnudado en sus falencias y ha mostrado sus costuras es Estados Unidos. La idea de gran imperio omnipotente cuya voz mandaba en el mundo, cada día se relativiza más. A la crisis de la pandemia se sumó la fragilidad de un sistema electoral construido hace dos siglos, que lo hace ver desfasado cuando no anacrónico con las nuevas realidades. Esta situación produjo dos meses de incertidumbre luego de la elección presidencial que desembocó en la toma caótica del Capitolio, sede del Congreso norteamericano, algo impensable en el país que se ha atribuido el rol de guardián de la democracia en el mundo, que le había otorgado el derecho a intervenir en las crisis políticas en otros países, intervenciones la mayoría de las veces erráticos y aún contraproducentes para el objeto buscado.

El régimen federal norteamericano que radica en los estados con una enorme autonomía y poder de decisión durante la pandemia ha mostrado su debilidad pues a diferencia de los países europeos y de China y Rusia no supo responder a la situación con una política unificada y coherente, llegando al extremo de ni siquiera poder establecer una acción nacional para el uso obligatorio del tapabocas. Federalismo extremo que se compagina y refuerza con el enorme individualismo que caracteriza a dicha sociedad, que prácticamente le cierra el camino a la posibilidad de alcanzar un propósito colectivo que genere el correspondiente comportamiento ciudadano.

Se ha visto cómo la chequera no basta para que una sociedad funcione a pesar de su fortaleza en la producción de vacunas, no ha conseguido estructurar la logística adecuada, ágil y oportuna para cumplir con un plan masivo de vacunación, que a pesar de los esfuerzos del gobierno Biden, no consigue convencer de la urgencia para frenar una pandemia que ha dejado más de 30 millones de contagiados y 545 mil muertes por Covid, un record mundial.

Ni que decir de las inequidades sociales y económicas de los norteamericanos que han salido a flote en esta pandemia, mostrando unos bolsones de pobreza impensables en el país con la primera economía del mundo. Y esto unido a un sistema de salud casi que completamente privatizado donde quien no tiene los medios está casi que marginado de la atención médica. Las urgencias operan como una simple puerta de acceso a un costoso servicio que llega siempre atado a una cuenta que llega al domicilio, con lo cual muchos prefieren morir en sus casas. Esto ha hecho que la pandemia haya sido devastadora con los humildes y especialmente con los afronorteamericanos y los inmigrantes, las poblaciones marginales que han puesto la mayoría del más de medio millón de fallecimientos.

Y hay más. Qué tal el odio racial enconado desde la Guerra Civil, que encontró el terreno para desbocarse con el supremacismo blanco en cabeza de Donald Trump quien supo interpretar y darle una expresión política radical que terminó sacudiendo a una población golpeada y adormecida que se ha movilizado con la consigna de Black lives matter y el rechazo a los atropellos de una policía embravecida. Los cuatro años de Biden estarán marcados por la presión social común en cualquier país tercermundista pero que sorprende en esta gran potencia que al menos en el caso mío, cada vez me decepciona más.
Sigue en Twitter @elvira_bonilla