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Cuando no se hablaba de eso

Otros eran los tiempos cuando en las distintas culturas no se hablaba...

5 de octubre de 2012 Por: María Elvira Bonilla

Otros eran los tiempos cuando en las distintas culturas no se hablaba ni de dinero ni de enfermedades. Y mucho menos en la mesa. No era tema de conversación ni en privado ni en público. Ahora el dinero no es solo motivo de prestigio y éxito y quien lo tiene lo restriega y lo exhibe sin pudor en contraste con la sociedad austera en que crecimos. Las enfermedades, por su parte se entendían como padecimientos privados a las que nadie hacía referencia. Ahora son un tema infalible de conversación entre los adultos que van envejeciendo pero también asunto de consulta permanente de internet. Cada quien se autodiagnostica, comenta, se autoreceta y compara con el mal ajeno. Y habla. En la sociedad voyerista en la que vivimos se toman fotografías y se filman los enfermos terminales sin ninguna discreción, a veces sin respeto y con criterio de paparazzi, como si se tratara del desnudo de una celebridad. Así ocurrió con un hombre de la talla de un Steve Jobs cuyas imágenes de alguien debilitado y frágil, un enfermo terminal en el viaje hacia la muerte, recorrieron el mundo. Lo vimos con Fidel Castro, el mítico comandante cubano cuando apareció disminuido después del rigor de una cirugía de estómago. Y también con Hugo Chávez, quien al ser un personaje tan polémico y contradictorio, generador de posiciones negativas el recorrido de su cáncer, destructor y cruel, así como las filtraciones del diagnóstico de su enfermedad se convirtieron en comidilla de los medios y de la oposición venezolana. La enfermedad produjo en Chávez una metamorfosis que lo humanizó al ritmo de los titulares de prensa que registraban su pérdida de peso, de cabello y de energía, que lo aisló de los eventos y de su apasionado contacto con la gente. Y vimos las imágenes del embajador de Estados Unidos en Libia, agonizante después de haber sido víctima del bombazo que le quitó la vida. En Colombia no nos hemos quedado atrás en este voyerismo alimentado por los realities de televisión, esa realidad libreteada que hacen de los seres humanos un espectáculo para observar. Pasó con el misterioso accidente cardiovascular del vicepresidente Angelino Garzón, al que pudimos ver, en unas imágenes flash de televisión cuando asistió a una misa en compañía de su familia. Un hombre diezmado, cansado y frágil con dificultad para deplazarse, lento con las palabras, luchando por reencontrar el vigor y la fortaleza de otros tiempos cuando enfrentó los embates de la vida. Y apareció esta semana la enfermedad del Presidente. El cáncer de próstata del que se dieron todos los detalles, la minuciosa descripción del tumor maligno y el recorrido hasta llegar al diagnóstico y el tratamiento, en boca suya, de los médicos, de la enfermera. El Presidente no dudó en comparar la manera de asumir su salud con la urna de cristal con la que supuestamente se maneja la contratación pública del país para evitar la corrupción, con lo cual le dio un sentido mayor al relato de su enfermedad respaldado por su médico de cabecera. Permitió que los fotógrafos lo acompañaran hasta el momento en que entró al hospital y convaleciente saludó desde la ventana del cuarto para mostrar su estado de recuperación. Todo muy respetable. Pero tan inquietante como para volver y pensar: que bueno cuando no se hablaba de eso.