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Calma chicha

Han aprendido a hablar claro y directo y nosotros a escucharlos. Con menos prevención, con menos juicios preconcebidos, señaladores.

21 de octubre de 2021 Por: María Elvira Bonilla

La olla de presión hierve de nuevo, con el silbido que indica que algo se está cocinado. Un cocido condimentado con mucha rabia y desesperanza. Este 29 de octubre se cumplen seis meses del estallido social y la respuesta institucional y ciudadana, como sociedad –en lo local y lo nacional- ha sido tímida, casi que indolente e insatisfactoria y frustrante para quienes salieron a protestar, a hacerse oír a la brava, violentamente, expresando una rabia contenida, bloqueando la ciudad por dos meses.

He escuchado a jóvenes protagonistas de esas horas, días y meses infernales para Cali y algo queda claro: su voz, antes excluida y silenciada, ahogada en las barriadas periféricas, tiene hoy volumen. Y un volumen duro. Han aprendido a hablar claro y directo y nosotros a escucharlos. Con menos prevención, con menos juicios preconcebidos, señaladores.

Los problemas estructurales, de fondo, ese dramático 20% de desempleo –en el que los jóvenes y la mujeres ponen una buena parte-, la desescolarización, el pésimo y carísimo transporte, el aislamiento barrial que contrasta con un mundo moderno conectado, la falta de oportunidades para miles, están ahí y son un tema cada día menos ajeno para quienes sí han tenido sobre la mesa opciones de vida y futuro en sus distintas expresiones.

Pero la conciencia no basta –y menos cuando es solo la de unos pocos-; toca tomar la ruta de las transformaciones. Para ello se requiere un camino convergente, de largo plazo construido sobre unos mínimos comunes pero unificadores, compartidos, que creen puentes y vasos comunicantes.

Ese es el espíritu del Acuerdo por Cali que le propone a la sociedad y a sus estamentos políticos, empresariales, académicos y comunitarios, a medios de comunicación y a los gobiernos local, regional y nacional trabajar conjuntamente en la resolución de esos problemas gruesos que la explosión social le tiró a la cara de la ciudad. Invitan además “a construir la confianza requerida para defender como prioridad el respecto por la vida y la búsqueda de una sociedad incluyente en la que todos y todas tengamos cabida”. El epígrafe del Acuerdo, recuerda con una lúcida frase de Estanislao Zuleta de lo que se trata: “Convivir es vivir en la diferencia, la diversidad y la pluralidad, en y con los conflictos, vivir productivamente los conflictos”, es decir, sin negarlos ni reprimirlos para poder resolverlos dialogando. Sin embargo como país no estamos caminando en esa ruta.

El estilo del presidente Duque con su nefasta fórmula de aplazar la solución de los problemas sin encararlos, se ha impuesto. Incapaz de hacer de las crisis una oportunidad optó por echar tierra, con la falsa idea de que el tiempo, el paso del tiempo apacigua las dificultades. Le ha apostado, sin empatía alguna, al cansancio de los ciudadanos, postura contraria a la de un liderazgo democrático transformador. Así ocurrió en el noviembre anterior a la pandemia, cuando la gente se tomó las calles con el mismo malestar y la rabia que 16 meses después explotó, de manera violenta y desbocada.

Las heridas permanecen abiertas, en carne viva, y de ahí la sensación de calma chicha que se vive en Cali y en el país. Es una tranquilidad artificial y engañosa como la del león dormido que su sueño, por profundo que sea, no le quita su carácter amenazante y furioso.
Sigue en Twitter @elvira_bonilla