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Foto de referencia. Migración Colombia tramitó la deportación de la colombiana Echeverría desde Suiza. | Foto: Archivo de El País

Cali herida

Cali quedó herida. Y la sanación no puede ser superficial ni con falsos entusiasmos aderezados por la rumba

10 de febrero de 2022 Por: Vicky Perea García

La ciudad aún no se recupera de los tantos y tan largos días aciagos de mayo y junio del año pasado. Brotó un odio enconado por décadas, tal vez generaciones. Una furia incontenible y desbordada que expresó mucho pero que no logró encausarse; no ha logrado encausarse.

Pero ha pasado algo aún más grave. Se legitimó la violencia, la agresividad, el irrespeto, el atropello que salió de todos los lados, como manera de expresar la inconformidad. Las barricadas, los bloqueos, las piedras, los tapa montañas cubriendo rostros, las armas, los escudos, los gritos, los insultos, las ofensas que se prolongaron en el tiempo dieron unas señales equivocadas, aunque a la base hubieran razones y argumentos.

En las calles de Cali se dio un enfrentamiento de unos contra otros, un asedio físico, un rabioso control de territorios por zonas y barrios, y aquello que tuvo una motivación comprensible y que sigue vigente, de desespero ante tanta desigualdad, tanta injusticia, tanta inequidad y falta de oportunidades, que le abrió los ojos a tantos, terminó completamente desvirtuado. Desdibujado todo por la estela de destrucción, incluso física, de la que Cali aún no se recupera. Y todo aquello cubierto por la bruma del resentimiento. El saldo final y que se siente en la ciudad, entre los llamados primeras líneas pero también entre los ciudadanos sin rol activo en las protestas puede recogerse en una palabra: frustración.

Y la frustración es una semilla de la que no resultan frutos promisorios. Frustración por sentir su protesta, sus peticiones, embolatadas por el Gobierno Local pero sobre todo por el Gobierno Nacional que con su soberbia y arrogancia negacionistas marcó un tono errático, subrayado por un Presidente que cree que la espuma la disuelve con el tiempo y que las fuerzas sociales se aplacan con desatención. Frustración por las soluciones aplazadas sin las señales de futuro que podrían darle unas dinámicas ciertas de cambio y de respeto por las múltiples voces que urgen ser oídas.

Cali quedó herida. Y la sanación no puede ser superficial ni con falsos entusiasmos aderezados por la rumba, la música estridente, la montonera y el trago desbordado; alegrías ilusorias salpicadas de borracheras en las que termina aflorando lo más elemental y primitivo de la condición humana, asociada no exactamente a causas nobles sino a la piltrafa; destapó un egoísmo en el que nada cuenta más allá de su propia pulsión sin consideraciones de autoprotección o de salud pública que en el momento actual condujo a una dolorosa multiplicación de muertes inútiles por el covid. Esa anestesia de trago, música y desorden no puede ser el tenor de una propuesta para reconstruir la ciudad perdida.

Es el momento para pensar en un gran pacto con un propósito colectivo, que permita pensarnos como sociedad más allá de las diferencias y polarizaciones coyunturales, que se convierta en una gran carta de navegación a largo plazo que nos permita avanzar hacia la ciudad soñada. Y hay ya una semilla. En medio de la crisis del año pasado grupos de ciudadanos se reunieron desde múltiples orillas a tejer un gran Acuerdo por Cali, que bien podría aprovecharse. Un acuerdo que recoja las realidades dolorosas y sin eufemismos pero que siembre esperanza.
Esa que alimenta la existencia humana y que en estos tiempos parece tan esquiva.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla