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Barbarie, la huella narco

El primer fin de semana posterior al levantamiento de las restricciones impuestas por la pandemia es para recordar, con vergüenza.

10 de septiembre de 2020 Por: María Elvira Bonilla

El primer fin de semana posterior al levantamiento de las restricciones impuestas por la pandemia es para recordar, con vergüenza. Fue la expresión del desmadre, el desafuero, la incivilidad. Indisciplina social mayúscula donde las imágenes del regreso de Buenaventura por la vía al mar resultaban demenciales; igual sucedió en los ríos, en las playas de Santa Marta, en el ascenso a Monserrate, en centros comerciales como El Tesoro de Medellín, registros escandalosos del descontrol.

Comportamientos primitivos y elementales que reflejan profundas grietas en la conciencia y el comportamiento ciudadano y una estructura social frágil e impotente, como diría Mockus, sin un sentido de convivencia ni los rudimentos de una sin cultura ciudadana. El discurso del autocuidado, mediado por la responsabilidad personal y respeto y consideración con el vecino, hecho trizas. Dejó al desnudo un comportamiento antisocial, de seres individualistas y agalludos, egoístas y pendencieros, atropelladores.

La explicación simplista de lo sucedido es la de cansancio de cuarentena y desespero por el largo encierro. La levantada de las restricciones habría desatado una reacción primitiva de desbandada y descontrol.
Pero no es así, pues lo que quedó al descubierto es mucho más profundo: el comportamiento de una sociedad sin propósito colectivo, sin valores de respeto, comprensión ni solidaridad; es un comportamiento que se manifiesta cotidianamente, asociado a la atarvanería mafiosa que se instaló desde finales de la década de los 80 cuando los narcos impusieron su ley, capturaron los distintos estamentos sociales y permearon el comportamiento ciudadano.

Aunque no pudieron poner Presidente de Colombia su comportamiento dejó una marca indeleble. En la sociedad descuadernada resultante, atrapada por la atonía moral, en la que todo vale, nació y creció una generación que se formó atropellando e irrespetando a los demás, aturdida por los aparatos tecno, sin dios ni ley, desafiante con en lo que se le atraviese.

Aquello que se vio el domingo de manera acentuada y repugnante se vive en el día a día, de personas empoderadas por los narco millones que sin escrúpulo acorralan a empellones a quien se les atreviese; con sus motos y camionetas 4 X4 de vidrios polarizados que se cierran en las vías e invaden los andes; es el trago, las borracheras, los gritos; pitos e insultos, y hasta amenazas con armas; violencia por todo lado para imponer caprichos.

Son equipos de sonido a todo volumen, fiestas que invaden los apartamentos vecinos; escoltas atravesados, atajos para evitar las colas, soborno a cualquier autoridad para evadir la multa y tajadas a los contratistas para ganarse las licitaciones en la lógica del CVY. Es el mismo ventajismo y abuso de los más fuertes contra los más débiles, que se expresó en el caótico domingo que inauguró la llamada nueva normalidad, cuya máxima parecería ser: sálvese quien pueda.

Un desorden colectivo precisamente cuando más organización y responsabilidad se necesita para evitar los rebrotes de la pandemia. Como si fuera poco, se han disparado los asesinatos, la inseguridad, los atracos, dejando en evidencia la fragilidad que somos como estructura social y que la ley imperante, es la de la selva, la del más fuerte, el más atarván.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla