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Amazonas adentro

Pareciera ser que el cine colombiano encontró la llave para salir de...

12 de junio de 2015 Por: María Elvira Bonilla

Pareciera ser que el cine colombiano encontró la llave para salir de la ramplonería parroquial: los actores naturales. La debilidad en la producción nacional siempre ha sido la actuación, los diálogos artificiales con un sonido imposible que se repite en las salas de cine cada vez que el espectador termina sometido a los tediosos y obligatorios cortometrajes nacionales. Los actores llegan al cine con la nefasta impronta de las telenovelas plagadas de personajes impostados que recitan parlamentos predecibles. Las dos películas premiadas en Cannes son una señal de los avances con pasos firmes para superar este escollo. La tierra y la sombra dirigida por César Augusto Acevedo, un tulueño formado en la escuela de la Universidad del Valle que aún no ha sido estrenada en los teatros nacionales pero en el thriller se anticipa la potencia de un relato que se le mide a recrear con gran estética las complejas realidades sociales alrededor del hermético mundo de los ingenios y la caña de azúcar en el Valle. El protagonista resultó por azar, como tantas cosas en el cine: un barrendero vuelto actor a quien su humildad natural le hace olvidar la presencia invasiva de la cámara para dejarse llevar en el periplo cotidiano de la gente común y corriente que solo el talento logra salvar de la trivialidad. La fotografía sutil y sobria rescata momentos que están guardados en la memoria de cualquier vallecaucano, con un tratamiento que consigue universalizar esos paisajes que parecen pinturas salidas de la irrealidad. El abrazo de la serpiente que ya puede verse en los teatros es contundente a la hora de trasmitir la furia, el horizonte infinito y devorador del Amazonas con la locura desmesurada en la selva inmensa y la crueldad de los caucheros rezados por los evangelizadores capuchinos que desnuda con tanta precisión José Eustasio Rivera en La Vorágine. Y allí en el corazón del filme, los indígenas que el director Ciro Guerra dignifica sin estereotipar como grandes protagonistas de una aventura épica y deslumbrante mezcla de documental y ficción. La fotografía en blanco y negro le da la atmósfera indispensable para un propósito que completa con los actores aborígenes quienes le abrieron la puerta a su cultura desde sus propios dialectos -el ticuna y el cubeo- y la complejidad de unas tradiciones que antes que vapulearlas las engrandece en el trascurso de la historia. El Amazonas ha pasado por la lente de muchos pero el joven director de Ciénaga de oro, logró, en un momento de inspiración, irrumpir en la intimidad de un mundo ajeno a cualquier racionalidad y narrarlo desde los ojos de uno de los pobladores ancestrales. De la mano del guión basado en los diarios del etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg (1872-1924) que recorrió el Vaupés con fines científicos pero acabó atrapado en el gran río, Guerra se preparó para comprender el significado de rodar en un lugar sagrado visto. Y lo consiguió. Su encuentro con los indígenas Antonio Bolívar, Salvador Yangiama y Nilbio Torres, raizales del Amazonas y unos de los últimos sobrevivientes de la etnia Ocaina Uitoto, fue la clave para salvar la película de terminar siendo otro de los fallidos intentos caricaturescos del cine documental sobre las culturas indígenas. ¡Enhorabuena!