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Al oído de los leguleyos

En este país de abogados no es difícil toparse con cualquier de...

27 de mayo de 2016 Por: María Elvira Bonilla

En este país de abogados no es difícil toparse con cualquier de ellos en cualquier momento del día. Opinan con propiedad y son expertos en construir escenarios catastrofistas, prender las alarmar y magnificar los problemas. Finalmente viven, como ellos mismos dicen, de los problemas de los demás.Y no podían ser distintos frente al tema de los Acuerdos Especiales para la paz, la solución jurídica que ha resultado de larguísimas discusiones entre las Farc y el Gobierno para blindar los acuerdos de La Habana que normalmente se sellan con una Constituyente como ocurrió en 1991 con el M-19. Los ríos están demasiado revueltos y la polarización cada día se profundiza más para pensar en ese escenario a corto plazo. Se dieron pues a la tarea de buscar una salida, con inevitables vericuetos para poder encontrarle un punto final a lo convenido.Y hasta ahora son más las rasgadas de vestiduras, sobre todo entre juristas opinadores, que la disponibilidad para acompañarlos e interpretarlos de manera propositiva. Aquello de que se trata de una reforma constitucional por la puerta de atrás no es más que un espejismo confundidor que niega que se trata de una propuesta dentro del marco de la legislación internacional del Derecho Internacional Humanitario, para sellar un acuerdo sin someterlo al vaivén de la politiquería. No de la política, porque de eso no hemos vuelto a oír en Colombia desde hace años: de la politiquería marcada por odios enquistados y rabiosos, por revanchismo por inmediatismo simplificador, por traiciones. De contar con estadistas liderando la vida pública nacional, el asunto sería distinto. Nada puede ser peor a la degradación en la que hemos ido cayendo como nación en el último tiempo. Así que el desafío de repensar el país y prepararse a construir sobre las desvencijadas estructuras institucionales y muy especialmente de la descuadernada Justicia una nueva arquitectura debería verse como señal de buenos augurios y de no amenazas paralizantes. ¿Dónde se ha visto que un grupo alzado en armas que no ha sido derrotado, firme la paz para terminar en la cárcel? Y, ¿dónde se ha visto que alguien, en cualquier escenario de negociación del sector público o privado, se levante de la mesa sin tener asegurado que lo allí acordado se cumpla al pie de la letra?El cuerpo de acuerdos de La Habana hay que blindarlo jurídicamente. Es elemental que las Farc no van a entregar las armas para que al día siguiente a punta de leguleyadas se borre con el codo lo escrito con la mano. A juzgar por los textos aprobados hasta el momento en La Habana, nada atenta contra la Constitución y además para concretar el paquete de acuerdos habrá de darse un desarrollo a través de leyes que pasarán por el congreso y luego revisadas constitucionalmente.Pero hay algo más de fondo que trasciende las alarmas de los leguleyos y sus múltiples interpretaciones. Se trata de perdonar lo imperdonable, como dice provocadoramente el filósofo Jacques Derrida. Y superar la posición de quienes no están dispuestos a hacerlo a ningún precio y no logran superar la dialéctica fallida de vencedores y vencidos, enceguecidos sin lograr aceptar que estamos mejor ante la gran oportunidad de rectificar el camino. Un camino que nos ha ido llevando al despeñadero.Sigue en Twitter @elvira_bonilla