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Al oído de Duque

En algún momento, hace ya más de un año, hubo una brizna de esperanza que parecía ser una señal de estar entrando en una nueva dinámica como país.

24 de enero de 2019 Por: María Elvira Bonilla

En algún momento, hace ya más de un año, hubo una brizna de esperanza que parecía ser una señal de estar entrando en una nueva dinámica como país. El acuerdo de paz con las Farc, que posibilitó el desarme de una guerrilla con su presencia amenazante en muchos puntos de la geografía nacional, y el naciente proceso con el Eln parecían estar despejando el camino para lograr una negociación que les permitiera actuar como fuerza política y parecían finalmente permitir encausarnos a construir país y romper el interminable círculo de la violencia. Lograr encarar temas de fondo, velados por la muerte y las balas, empezando por el embate contra la corrupción con su zarpazo de 2 billones del presupuesto o el frenazo a los efectos irreparables del cambio climático o la lucha frontal contra la desigualdad. Variables que comprometen el propósito de lograr tener un país más amable para todos y que nos comprometen como nación.

Pero no. Apareció el bombazo del Eln contra la Escuela General Santander que acabó con la vida de 21 muchachos y dejó 68 heridos, cada uno de ellos con una historia personal tan dolorosa como admirable. Fue un sacudón desesperanzador que nos dejó sin aire y que llegó con el anuncio de nuevos decomisos de explosivos en ciudades y la advertencia de este grupo guerrillero de que sus ataques serán urbanos con blancos selectivos para que estremezcan la sociedad, y no reeditar, según ellos, la indiferencia frente a una guerra rural que puso miles de muertos pobres que pasaron simplemente a formar parte de las estadísticas del horror. Un discurso y una práctica que el Eln intentó justificar en el comunicado, en el que se atribuye desvergonzadamente el aterrador hecho, con el que no busca otra cosa como una elemental táctica de guerra, presionar para forzar una nueva negociación de paz.

Difícil, innecesario y trágico escenario para conseguir redireccionar los fallidos diálogos de Quito y La Habana con un Eln sin unidad de mando, empantanados para algunos y maduros para otros, pero ciertamente hoy rotos. El desalentador resultado nos ha colocado en el preámbulo de una nueva ola de violencia que parece estar tomando peligrosa forma.
Los colombianos no parecerían estar dispuestos a regresar a la dicotomía entre mano dura o negociación. Urge dar un salto hacia adelante. Es una exigencia ciudadana reclamarles a las partes mirar con objetividad la realidad para plantear no posiciones maximalistas plagadas de líneas rojas de lo no negociable, que cercan y ahogan cualquier posibilidad de avanzar y no colocar el país en la sin salida de las bombas y las acciones de terror, de las que no quedan sino lamentaciones y golpes para la gente de carne y hueso.

La cúpula del gobierno Duque deberá ubicarse en el horizonte del querer ciudadano y aplicarse en la construcción de una propuesta inteligente, concertada con las fuerzas políticas, con los oídos puestos en la experiencia de quienes han trajinado el tema, y sin recalentamientos emocionales ni oportunismo mediático, actuar con cabeza fría y evitar que el piloto se ‘encabine’ y conduzca la nave a un estrellón inevitable.

Necesitamos un respiro como país y como sociedad para enrutarnos creativamente en la construcción de un mañana promisorio y no ahogarnos en la desazón de una nueva guerra sin sentido.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla