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A los que se fueron, con el corazón

Crecí oyendo hablar de Álvaro Mutis. Habían compartidos los sueños de jóvenes...

27 de septiembre de 2013 Por: María Elvira Bonilla

Crecí oyendo hablar de Álvaro Mutis. Habían compartidos los sueños de jóvenes estudiantes con mi padre en la Radio Nacional en Bogotá donde él escribía los textos, -notas periodísticas, de deportivas, reseñas de libros, comentarios culturales- y Mutis con su torrente de voz los leía. Su voz, hermosa y potente voz la de Mutis, seguía retumbando en la memoria de mi padre hasta convertirla en una guía silenciosa de su poesía, -Los elementos del desastre, Los trabajos perdidos-, que releímos muchas veces en ocasiones especiales cuando el eco de los triunfos literarios de Mutis nos llegaban a Cali y convocaban sus remembranzas. Los cuentos me resultan tan grandes como sus poemas. Mis preferidos quizás La muerte del Estratega y El último rostro. La muerte del Estratega y El último rostro. Relatos profundos y drásticos sobre la condición humana en los que logra enfrentar los personajes, casi siempre hombres del poder, con situaciones límites del hastío y del derrumbe de ilusiones. El último rostro es una recreación perfecta de los últimos días de agonía de Simón Bolívar en Santa Marta, aquel momento demoledor en el que recibe la atroz noticia del asesinato de Sucre y esa paradoja final de su vida cuando las últimas gotas de agua que recibe para humedecer los labios resecos por la fiebre, le llegan de la mano de un chapetón, de aquellos que combatió con tanto fiereza, convicción y coraje para lograr la libertad americana. Mutis describe la realidad dramática de un héroe derrotado, un Bolívar con sus ilusiones destrozadas y los sueños pisoteados que lo llevan a reconocer con desconsuelo que, por alguna misteriosa razón, “aquí fracasa cualquier empresa humana”.Cuando conocí a Mutis, bastó presentarme para confundirse en la catarata de recuerdos que guardaba de sus días felices en la radio Nacional. Círculo de Lectores recién había llegado a Bogotá bajo la batuta y la vocación editorial de Edgar Bustamante que se tomaba en serio el oficio y quería hacer del trabajo editorial un verdaderos proyecto cultural que trascendiera fronteras. Tuve entonces la suerte de entrar, recién graduada de Filosofía y Letras de los Andes, a formar parte de un grupo excepcional gracias a la generosidad de Aura Lucia Mera y su capacidad de quitar cerrojos airear intereses y permitirle a los afectos fluir para construir lazos perennes. Una inolvidable experiencia laboral en la que leí y leí y produje decenas de solapas de libros y reseñas sugerentes, rodeada de pasión, cultura y conocimiento. Fue entonces cuando apareció Juan Luis Panero, una tromba existencial y un escritor inigualable que nos marcó a todos. Un español radical. Implacable en sus juicios, dispuesto a vivir sin concesiones. Fiel a sus principios fue cerrando compuertas para evitar contaminarse de un mundo que desde entonces ya le fastidiaba. Murió la semana pasada ceca de Barcelona donde se refugió porque desde entonces, cuando apenas rozaba los cuarenta años, había empezado a desprenderse de un futuro que vaticinaba lleno de miserias con unas rutas marcadas que siempre supo que no iba a seguir. Ambos me acompañan hoy, Panero y Mutis con la terquedad de sus ideas y la fuerza de sus palabras.