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Una década de barbarie

El casting de actores en el país no augura que la guerra vaya a terminar en un futuro cercano, por el contrario, todos buscarán asegurar sus intereses a como dé lugar, siendo la población civil siria o lo que queda de ella

16 de marzo de 2021 Por: Marcos Peckel

Se completan diez años de una barbarie que quizás algunos ingenuos pensaban que por su magnitud no podría ocurrir en el siglo de lo políticamente correcto, vociferantes ONG de derechos humanos, supuestas lecciones aprendidas, burocratizados organismos internacionales y de valores supremos por la vida humana. Pero ocurrió y sigue ocurriendo: un genocidio puro y duro cometido por el presidente sirio y sus acólitos internos y externos, contra su propio pueblo, que completa una década y sigue siendo una historia en desarrollo.

Bashar el Assad demostró que ha sido el más inteligente de los líderes que enfrentaron la llamada primavera árabe. Tras la caída producto de las manifestaciones masivas de Ben Ali en Túnez, Mubarak en Egipto y Saleh en Yemen, entendió Assad que la fórmula para permanecer en el poder radicaba en suprimir las protestas liquidando a los manifestantes y así lo hizo, a bala, cerrando de esa forma las vías pacíficas al cambio.
Empujó al país a una guerra civil tras la deserción de varias unidades de las fuerzas armadas conformadas por musulmanes sunitas, las que constituyeron el ejército libre sirio, a lo que siguió la radicalización de sectores de la mayoría sunita del país hacia opciones radicales como Isis y Al-Nusra, filial de Al Qaeda. Assad pertenece a la minoría Alawita, de origen shiita y su padre, fundador de la dinastía, ya había aplastado una revuelta sunita en Hama en 1982, asesinando a unos 20 mil civiles. Hijo de tigre sale pintado.

Lo que siguió es una historia que aún no termina. 750 mil muertos, 12 millones de desplazados entre ellos seis millones de refugiados en países vecinos, gracias además al paraguas diplomático y posterior intervención de Rusia, el apoyo militar de Irán y Hezbollah, la pusilanimidad de las administraciones Obama y Trump y la parálisis de la comunidad internacional. Assad logró su cometido y hoy duerme orondo en el palacio presidencial de Damasco, mientras el país yace en ruinas con un tercio del territorio aún fuera de su control, con partes ocupadas por Turquía, cuyo Sultán pescando en río revuelto, incursionó en las regiones kurdas del norte de Siria.

El casting de actores en el país no augura que la guerra vaya a terminar en un futuro cercano, por el contrario, todos buscarán asegurar sus intereses a como dé lugar, siendo la población civil siria o lo que queda de ella, observador impotente de la rapiña. Irán con sus miles de soldados en el terreno, las milicias shiitas que importó de Iraq y Afganistán y su fiel testaferro libanés Hezbollah, busca consolidar su presencia militar en el país con lo cual están sembrando las semillas de un potencial conflicto con Israel que de estallar haría ver los pasados diez años como un videojuego. Jerusalén ha establecido y hecho respetar sus líneas rojas, en centenares de ocasiones ha bombardeado objetivos de Hezbollah, de Irán y de Assad en Siria y mantiene una importante coordinación con Rusia el respecto. Con Assad ya firme en el poder, nominal por lo menos, los intereses de Rusia e Irán comienzan a divergir al igual que los de Damasco con Teherán.

Siria no tiene futuro. Tampoco su gente. No mientras Assad siga en Damasco, tampoco quizás cuando eventualmente se vaya, ya sea voluntariamente, por la mano de Dios o por otra mano. Un territorio fragmentado sin remedio tanto física como socialmente, en el que confluyen todos los demonios de un conflicto regional en expansión, sin que nadie pueda hacer nada, salvo ir por lo suyo en medio del apocalipsis.
Sigue en Twitter @marcospeckel