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Sol naciente

Tokio. Es aquí en las montañosas islas de Japón donde prácticamente nace el día para todo el Planeta y que va a morir 23 horas más tarde en algún lugar del Pacífico.

25 de julio de 2018 Por: Marcos Peckel

Tokio. Es aquí en las montañosas islas de Japón donde prácticamente nace el día para todo el Planeta y que va a morir 23 horas más tarde en algún lugar del Pacífico. El archipiélago nipón contiene unas seis mil islas ubicadas en una zona altamente volcánica, presta a movimientos telúricos y tsunamis, extendiéndose unos tres mil kilómetros entre los extremos norte y sur, habitado por unos 127 millones de personas.

Fue hacia mediados del Siglo XIX, tras casi tres siglos de aislamiento total -los extranjeros y japoneses que retornaban del exterior eran condenados a muerte- que Japón comenzó a ritmo acelerado su apertura al mundo, a Occidente en particular. La venerada dinastía Meiji tomó el poder y lanzó el periodo conocido como ‘la restauración’ que transformó al país de una sociedad feudal y atrasada a la potencia industrial y militar de Asia.

El emperador Meiji Tenno -nacido Mutsuhito, abuelo de Hirohito y bisabuelo del actual Akihito- puso fin al gobierno de los samurái -el shogunato- y adoptó de Occidente el modelo de desarrollo industrial, educación universal obligatoria, sistema político con constitución y parlamento, construyó trenes, carreteras y puertos, desplegó el telégrafo, fundó una poderosa armada e implementó una extensa reforma agraria, administrativa y territorial. Miles de japoneses se dirigieron a Estados Unidos y Europa a estudiar y expertos occidentales fueron traídos a Japón por el Emperador.

Estrechas especialmente fueron las relaciones del nuevo imperio japonés con Prusia de quien se tomó la doctrina militar y la Constitución. Japón y Alemania, aunque enemigos en la Primera Guerra Mundial, fueron los agresores del eje en la segunda. Ambos países se siguen mencionando en tándem, no solo por su formidable poder económico e industrial reconstruido de las cenizas de la guerra, sino como miembros imprescindibles de un posible Consejo de Seguridad renovado.

En concordancia con los tiempos, Japón también aprendió de Occidente el modelo colonial y llevó a cabo una agresiva expansión militar anexando Corea y Taiwán, ocupando Manchuria y otras partes de China y durante la guerra sus tropas conquistaron casi todo el sudeste asiático. Hasta el día de hoy las heridas causadas por el ejército imperial en esas sociedades no han terminado de sanar. La apertura y posterior industrialización de Japón es comparable con la que emprendió China con Teng Siao Ping tras la muerte de Mao.

A pesar de haber adoptado el modelo político y económico, incluso la vestimenta de Occidente, Japón ha cuidado celosamente su cultura, idioma y homogeneidad étnica. Una de las reformas emprendidas por Meiji fue decretar el Sintoísmo la única religión del Estado, pues este había sido ‘contaminado’ por el budismo por más de 1300 años creando un sincretismo religioso aún visible en el país. Japón no admite refugiados de ningún lado y las políticas migratorias son rígidas y estrictas. Incluso el cristianismo, que fue prohibido y perseguido en Japón durante los siglos de aislamiento, que ha tenido gran auge en China y Corea, constituye apenas el 2% de la población nipona.

Los 25 millones de habitantes del gran Tokio se movilizan en un intrincado sistema de metro y trenes, torrentes de seres humanos que parecieran estar siempre de afán. La cultura ciudadana es total, el respeto a los espacios, el comportamiento en los lugares públicos y el apego a la ley y las normas. En el metro está prohibido hablar por celular pero todos usan sus smartphones. De repente, aparece como un fantasma alguien traído de otros tiempos: leyendo un periódico de papel.

Sigue en Twitter @marcospeckel